jueves, enero 25, 2007

Palotes y autopistas que pretenden cruzar la montaña leonesa de este a oeste

Palote es el nombre que reciben en Asturias diversos tipos de palas cortantes que se usa para remover la tierra. Es decir, una operación parecida al arado que se realiza en huertas pequeñas donde no entraría maquinaria. Cuando yo era un niño, me resultaba agradable observar a mi abuelo en esta tarea. Lo hacía con tanta facilidad y estilo que apetecía emularlo. Así se lo hacía saber y él me entregaba un palote menos pesado. Yo intentaba clavarlo en la tierra y me faltaba la fuerza de mi abuelo. A continuación, trataba de extraer la tierra y darle la vuelta y me faltaba su destreza y entrenamiento. A mis ocho o nueve años enseguida veía la parte más evidente del problema: mi abuelo tenía un palote mejor que el mío. En ese momento, le comentaba lo injusto de la situación y él me cedía su palote. Mientras él encendía un cigarrillo sin filtro, yo intentaba remover la tierra. El palote del abuelo mejoraba ligeramente las cosas pero mi falta de fuerza y destreza hacía que tras un par de intentos abandonase el trabajo.
La autopista que pretende cruzar la montaña leonesa se parece a mis desventuras con los palotes. Los abuelos que cultivan bien las huertas tienen buenas herramientas y las zonas desarrolladas autopistas. Por tanto, pongamos una autopista y seremos una zona desarrollada.
Es cierto que yo paloteaba mejor con la pala de mi abuelo y que probablemente habrá algún desarrollo en la montaña con una autopista. Por tanto, no podemos negar esas herramientas con el argumento de que no mejoran la vida de las personas. Sólo las podemos negar con otro argumento más sofisticado. El palote bueno mejoraba la productividad de mi abuelo mucho más que la mía, por tanto, debería tenerlo él y no yo. La autopista mejorará un poco la actividad económica en la montaña pero probablemente menos que en otro sitio, por tanto, debería hacerse en otro sitio. ¿Por qué la autopista sería más productiva en otro lugar? Por las mismas razones por las que la gente se asienta en otros lugares y no en la montaña de León. Algunas de estas razones son de tipo climático o geográfico. Sin embargo, las más interesantes son las relacionadas con el fenómeno de la aglomeración. Los productores y consumidores tienen la tendencia a asentarse en aglomeraciones urbanas. La aglomeración facilita los intercambios y la especialización, dos fuentes básicas del aumento de la productividad y del crecimiento económico. Si no viviésemos cerca de otras personas tendríamos que hacer tanto las tareas en las que somos más o menos diestros como las tareas que nos resulten más difíciles. Por otra parte, la aglomeración permite compartir el uso de productos con altos costes fijos y bajos costes variables. Por ejemplo, en un lugar en el que viven diez personas un puente de un millón de euros supone un coste de cien mil euros por persona. Probablemente, la infraestructura no se construirá y si se hace se usará poco. Si en vez de diez personas viven mil estamos hablando de un coste de mil euros por persona y si vive un millón un euro por persona. Por otra parte, la actividad económica que permite el puente también aumenta con el número de personas.
En resumen, las aglomeraciones urbanas constituyen una estrategia de especialización y ahorro de recursos que mejora el bienestar. Como consecuencia el crecimiento económico ocurre de modo natural en estos lugares.
Las ventajas económicas de las aglomeraciones urbanas son tan evidentes que necesitan poca discusión. Lo que realmente me deja perplejo es que la atención no se centre en las necesidades de las ciudades para asegurar la productividad, el crecimiento económico y el bienestar de las personas sino en cómo hacer que se traslade la población a lugares por los que no muestra una especial inclinación.