sábado, diciembre 29, 2007

Economía divulgativa

Javier García me llama para hablar del interés de La Nueva España en la divulgación económica. Estad atentos a los próximos desarrollos en este sentido.
Mi antiguo alumno Raúl García Rivera me habla del artículo de opinión sobre el peaje de la autopista asturleonesa y se queja de que es imposible hacer ver a la gente que:

1. Pagar se paga siempre sea por peaje o por impuestos.
2. Algunas veces tiene ventajas ver directamente el precio de lo que se consume.

Le prometí intentar una explicación en mi blog y aquí está.
Uno de los problemas de la economía es la dificultad de percepción de los ciudadanos aunque estén razonablemente educados. Jostein Gaarder explica muy bien este fenómeno en “El Mundo de Sofía”. Las primeras veces que un niño pequeño ve un perro presenta un grado notable de excitación derivado de la curiosidad que le produce ver lo que para él es un ser muy extraño. Sin embargo, su padre no muestra el más mínimo signo de curiosidad. Al fin y al cabo se trata sólo de un perro. Del mismo modo, si el niño viese una persona volando aplaudiría el suceso pero su padre probablemente se desmayaría.

En un momento de nuestra vida nos sorprendemos al ver las cosas y estamos dispuestos a aceptar que pudiesen ser diferentes pero más tarde damos por hecho que tienen que ser como son, que deben ser así y que siempre lo serán.

Por tanto, el padre que no se sorprende de ver un perro está convencido de que las carreteras deben pagarse con impuestos independientemente de su uso pero la gasolina debe pagarse por litros cada vez que la compremos. Imaginemos que la gasolina también se pagase exclusivamente mediante impuestos. Un conductor medio recorre 15000 kilómetros al año con un coche que gasta 8 litros de gasolina cada cien kilómetros (1200 litros al año) que le cuestan un euro cada litro (1200 euros). Multiplicamos esa cantidad por el número de conductores y elevamos los impuestos para cubrir ese gasto. En este mundo, la gasolina se reparte gratuitamente en los surtidores. Espero no tener que esforzarme mucho para convencer a la gente de la alta probabilidad de los siguientes resultados:


i. La gente usaría mucho más el coche. Antes, hacer un kilómetro adicional costaba unos centimos de euro. Ahora, tener coche es costoso (impuestos) pero hacer un kilómetro más no cuesta nada ya que la gasolina la has pagado previamente con tus impuestos.
ii. Habría grandes colas en las gasolineras.
iii. La gasolina se agotaría frecuentemente y habría continuas llamadas a los ciudadanos para que no usen el coche y dejen de gastar combustible.

Es decir, en ese ejemplo imaginario tendríamos en las gasolineras los problemas que ahora tenemos en las carreteras:

i. El convencimiento de que hay demasiado tráfico
ii. Congestión de tráfico y colas
iii. Atascos y llamadas a la sensatez de los usuarios.

Los lectores más perspicaces habrán intuido que por mucho que nos quejemos quizás no está tan mal pagar cada vez que vas a la gasolinera y que algunos problemas de las carreteras mejorarían si se cobrase por cada kilómetro que se recorre en vez de cobrar por usarla (y por no usarla) como se hace actualmente en la mayoría de los casos.

Otro ejemplo sobre la importancia de los precios y la dificultad de las decisiones colectivas.

Acudís a una cena de navidad a un restaurante con cien compañeros de trabajo. Los organizadores han negociado un abundante y suculento menú pero no el postre. Al llegar a los postres, el camarero trae la carta y allí descubrís que tiene mantecado peñasanta (soufflé caliente con helado de tres sabores dentro) a un precio de diez euros.
Si estáis comiendo solos en un restaurante con el estómago bastante lleno y os ofrecen un postre copioso de diez euros os pueden entrar bastantes dudas sobre la conveniencia de pedirlo. Sin embargo, al ser cien comensales el coste en la factura de este postre será de diez euros dividido entre cien. Es decir, diez céntimos de euro. Al final, mucha gente hará este cálculo y terminará pidiendo el postre. El problema empeora cuando se trate de mil comensales, un millón de comensales, etc.
La primera reflexión es que es conveniente negociar un menú cerrado cuando hay muchos comensales (contribuyentes). De hecho, la gente lo hace de este modo. Esta reflexión tiene consecuencias para la provisión de bienes por parte de la administración.

La segunda es que es importante pensar si es necesario acudir en grupos grandes al restaurante. Al final, quizás disfrutas más con un grupo mucho más pequeño. En el grupo más pequeño podrás ajustar el servicio a tus necesidades y el pago a tus posibilidades.

La tercera es que todavía no hemos hablado de la estrategia del camarero al ver semejante desorden: subir el precio del postre, servir medias raciones, etc.

La influencia de un profesor


Antonio Alvarez y un servidor en Bruselas consultando una duda de estimación por máxima entropía con Quirino Paris (sentado).



Un prestigioso catedrático de economía me contó en una ocasión que cursó los cinco años de la Licenciatura en Ciencias Económicas sin que ningún profesor o alumno hablase realmente de economía. Según su propia versión, su primer encuentro con la economía tuvo lugar en la Universidad de Oxford ya camino de la treintena. Por suerte, yo sólo tuve que esperar un año para que Antonio Álvarez Pinilla fuese mi profesor de Microeconomía.

Este año, Antonio invitó a un grupo de antiguos alumnos a un aperitivo en una céntrica sidrería Ovetense. En la reunión de este año había un impresionante grupo de economistas repartidos por el mundo. Entre los asistentes a la invitación de Antonio se encontraban:

Manolo Campa, IESE.
Marta Menéndez Rodríguez-Vigil, Universidad de Paris-Dauphine .
Manuel Fernández Bagüés, Universidad Carlos III.
Angel Gavilán, Banco de España.
Carlos Luis Aparicio Roqueiro, Director General de Economía del Principado de Asturias.
Javier García, Instituto CIES.
Abel Fernández, Gabinete del Consejero de Economía del Principado de Asturias.
Faltaban, entre otros, Diego García de la Universidad de Carolina del Norte y Jonás Fernández de Solchaga, Recio y Asociados.

Algunos fueron también mis alumnos en Oviedo y les pedí que escribiesen un párrafo para mi página web describiendo su actividad profesional.

Antonio tiene la capacidad de animar a pensar en términos económicos y apoyar a las personas en que detecte un interés por la economía. Además, desde este apartado rincón del mundo logra publicar en revistas científicas internacionales y ser editor de una de ellas.

viernes, diciembre 21, 2007

Reflexiones sobre la repercusión mediática de mi artículo de opinión sobre los peajes

El artículo ocupa poco más de dos páginas en un volumen con algunos cientos de páginas. En este volumen se pueden leer trabajos rigurosos (descripción del problema, modelo, datos) realizados por prestigiosos investigadores. Por tanto, la primera sorpresa es que se le preste atención a un modesto artículo de opinión (que no estudio) sobre el “rescate” del peaje de la autopista Astur-Leonesa (a algunos amigos de León les molesta, con razón, que se le denomina autopista del Huerna). El miércoles traté de explicarle este punto a una periodista de El Mundo-La Crónica de León sin mucho éxito. En el artículo que se publicó el jueves en este diario se le sigue denominando “estudio”.

La segunda sorpresa es que algunos principios básicos de economía causen perplejidad. A saber:
1. La autopista no será nunca gratis. Si se rescata, la pagarán los contribuyentes (Hacienda somos todos) en vez de los usuarios. Algunos usuarios ganarán con la medida y algunos contribuyentes perderán.
2. Las autovías sin peaje no son gratis. Las pagan los contribuyentes. Esto nos parece normal porque nos hemos acostumbrado a ello pero no es necesariamente la mejor opción.
3. Los fondos públicos son escasos y tienen usos alternativos. Por tanto, es razonable preguntarse qué cosas dejarán de hacerse si se “rescata” el peaje.
4. Las bajadas de precio del peaje atraen más usuarios. Nunca se explica cómo se realiza la compensación por las rebajas de peaje ¿Multiplicando la rebaja por el número de usuarios? ¿Qué número de usuarios? ¿El número anterior a la rebaja o el número posterior?

5. Un peaje bien gestionado puede servir para hacer pagar por el servicio a los usuarios dependiendo de los beneficios que obtengan por el uso.


No tengo un conocimiento especial sobre economía del transporte o sobre peajes. Simplemente, he aplicado los conocimientos de economía que se adquieren en el primer curso de una Diplomatura (Relaciones Laborales por ejemplo) si los principios se explican bien con buenos materiales (Krugman, Mankiw, etc). La sociedad que se sorprende con el uso de principios económicos básicos también debería sorprenderse de que se enseñen a alumnos de primer curso de una Diplomatura Universitaria e incluso a alumnos de bachillerato. Los alumnos deberían reflexionar sobre el poder que les confieren estos conocimientos si se explican bien con los materiales adecuados.


Empecé a pensar sobre peajes cuando abrieron la autopista León-Astorga con un peaje que superaba ampliamente los dos euros. Algunos días conduciendo por la autopista vacía me preguntaba:


a. Si no sería razonable cobrar un poco menos y que circulase algún vehículo más.


b. ¿Quién y cómo había calculado los peajes iniciales?


c. ¿ Es razonable subir los precios con el IPC?

Sobre el punto b he obtenido algunas respuestas a lo largo del tiempo:
i. Respuesta jurídica (abogados contra el mundo). El BOE de fecha .. publica …
ii. Respuesta ingenieril (ingenieros contra el mundo). La autopista cuesta 100, la quiero amortizar en 20 años y van a circular 5 cada año. Por tanto, el peaje es 1.

La respuesta i no merece comentarios pero la ii sugiere la siguiente pregunta: ¿influye el peaje en el número de usuarios?
No espero obtener respuestas sobre el punto c pero creo que depende también del modo en que los precios del peaje afecten al número de usuarios.


Un análisis del cambio climático por Xavier Sala-i-Martín

Artículo original en:

http://www.columbia.edu/~xs23


Las frases en rojo son llamadas de atención a mis alumnos.



Cambio Climático (I): Una Verdad Incómoda


Leo con estupor que el gobierno acaba de contratar a Michael Moore como asesor en temas de terrorismo y se ha comprometido a hacer llegar a todos los colegios españoles su película Fahrenheit 9/11.


¿O era Al Gore para temas de CC (o cambio climático)? Bien, Moore, Gore, para el caso es lo mismo: ambos se dedican a hacer cinematografía propagandística con una preocupante falta de respeto por la verdad. En el caso del ex vicepresidente, su lucrativa cruzada político-climática le ha llevado a protagonizar Una Verdad Incómoda, una película bien hecha, dramática y a veces estremecedora, pero con un pequeño inconveniente: está plagada de mentiras incómodas.

Empecemos por la afirmación de que un 100% de los científicos están de acuerdo con sus postulados. Es verdad que hay casi unanimidad en que la tierra se ha calentado (menos de un grado, eso sí) durante el último siglo. Desafortunadamente para la credibilidad de Gore, la unanimidad se acaba aquí. Y si no, comparemos las afirmaciones de la película, no con algún informe de algún científico loco en la nómina de Exxon, sino con el documento que el Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de la ONU hizo público la semana pasada, documento probablemente sesgado a favor de posiciones ecologistas pero que, incluso así, demuestra que la película está llena de exageraciones.
Gore muestra imágenes de un océano Ártico sin hielo y de una Groenlandia y una Antártida descongelándose cosa que, asegura, causará una subida del nivel del mar de 7 metros. Es cierto que la masa de hielo del Ártico se ha reducido durante el último siglo (un proceso que, dicho sea de paso, empezó a principios del XIX, mucho antes de las emisiones de CO2 industriales). Pero en lo que se refiere a la Antártida, el IPCC dice que las temperaturas allí no sólo no han subido sino que han bajado (página 9) y se espera que su masa de hielo aumente durante el próximo siglo (página 13). La película muestra imágenes de una pequeña zona antártica cuyo hielo ha caído al mar, pero esa zona es la excepción en un continente que se está enfriando.

Lo de los 7 metros también es una exageración: la descongelación del Ártico tendrá consecuencias menores sobre el nivel del mar porque su hielo ya está flotando en el agua. Y como, según dice el IPCC, la Antártida no se va a derretir sino más bien al contrario, el aumento del nivel del mar no pueden ser muy grande. Las previsiones del IPCC confirman esa lógica y auguran que el nivel subirá no los 7 que dice Gore sino entre 0,18 y 0,59 metros (IPCC página 11). Las terroríficas imágenes de Nueva York inundándose lentamente y de Holanda, Shangai o Bangladesh desapareciendo y provocando cientos de millones de desplazados forzosos son pues, según el propio IPCC, una fantasía cinematográfica concebida para hacer cundir el pánico.

Gore sugiere que el deshielo de Groenlandia hará que se detenga la corriente del Atlántico que trae agua caliente de los mares del sur y provocará una nueva glaciación en Europa. Los científicos del IPCC están 90% seguros de que eso no pasará (página 12).

Tras mostrar imágenes de la ola de calor que sufrió Europa en 2003, Gore asegura que el calentamiento global causará millones de muertos. El IPCC dice (página 9) que los altibajos climáticos locales como los que sufrió Europa en 2003 no se pueden relacionar con el aumento de CO2. Es más, para ser intelectualmente honesto, a la cantidad de gente que se morirá por culpa del calor, Gore debería restar la gente que dejará de morir de enfermedades relacionas con el frío (hipotermias, gripes, enfermedades respiratorias y cardiovasculares relacionadas con las bajas temperaturas, etc). La película no explica que durante ese mismo 2003 catastrófico en que murieron 34.000 europeos por la ola de calor, también murieron 100.000 europeos de frío.

Aventurándose en el terreno del género cómico, Gore afirma que la gripe aviar, la tuberculosis, la SARS e incluso la guerra de Darfur están causadas por el calentamiento global. Lógicamente, ninguna de esas graciosas aserciones aparece en el IPCC. También enseña un gráfico en el que los costes de las compañías de seguros para hacer frente a los huracanes se han disparado. El IPCC tampoco habla de eso porque todo el mundo sabe que los pagos del seguro aumentan cuando sube el precio de las casas y cuando hay más gente que vive en primera línea de mar en zona de huracanes.

Finalmente, el no va más de la impostura es la imagen de una New Orleáns devastada por Katrina y un Gore explicando que la culpa es el aumento de la intensidad y la frecuencia de los ciclones tropicales por culpa del calentamiento global. El IPCC (página 6) dice que, a pesar de que hay alguna evidencia observacional de que la intensidad puede haber subido desde 1970 en el Atlántico, los datos no permiten ver tendencias a largo plazo ni en la intensidad ni en la frecuencia de los huracanes. Es más, al tomar tierra, Katrina era un huracán menor de fuerza 3-4 en una escala de 5. La razón por la que fue devastador no fue su inusual potencia sino el hecho de que reventó unos diques de contención deteriorados por el tiempo. La ironía es que hacía años que los científicos estaban avisando al gobierno de que cualquier huracán que pasara por encima de los viejos diques podría romperlos y causar una catástrofe. Digo que es una ironía porque, ¿adivinan quien era el vicepresidente del gobierno que decidió ignorar esos consejos y no reparar los diques? La respuesta, señor Gore, sí es una verdad incómoda.

Cambio Climático (II): Mezclar Ciencia y Política

¿Recuerdan aquello de que el siglo XX ha sido el más cálido del último milenio, la década de los noventa la más cálida del siglo XX y el año 1998 el más cálido de la década? Esa fue la frase estrella del informe del Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) de la ONU en 2001, la frase que hizo cambiar el debate sobre el calentamiento global. Ocupaba un puesto preeminente en la primera página del informe e iba acompañada de un gráfico que mostraba unas temperaturas extremadamente estables entre los años 1000 y 1900, que luego se disparaban hasta llegar al máximo en el 2000. Era la prueba definitiva de que el siglo XX era anormal y, por lo tanto, de que el calentamiento estaba causado por el hombre.

La frase, repetida millones de veces durante cinco años, se utilizó para desacreditar a los herejes que habían osado decir que las temperaturas podían estar mostrando una recuperación natural después de la pequeña glaciación medieval. Al no mostrar ninguna glaciación medieval, el gráfico era convincente y demoledor, aunque tenía un pequeño defecto: ¡era mentira!

Los datos fueron construidos por Mann, Bradley y Hughes quienes, con los grosores de anillos de los árboles, la densidad de los corales e isótopos atrapados en los hielos glaciares y a través de un complejo método estadístico, reconstruyeron las temperaturas globales durante los últimos 1000 años. En 2003, los canadienses McKitrick y McIntyre descubrieron errores fundamentales en el trabajo de Mann que, una vez corregidos, revelaban que las temperaturas durante siglo XIV habían sido más altas que las actuales. El siglo XX ya no era una anormalidad y la afirmación estrella del IPCC quedaba en entredicho.

Mann y sus colegas reaccionaron y empezó una lucha de titanes científicos. Había tanto en juego que en 2006, el National Research Council de los Estados Unidos formó un comité de expertos liderados por el presidente de la Academia Nacional de las Ciencias Estadísticas Edgard Wegman para investigar el tema. Además de reñir a los paleoclimatólogos por utilizar técnicas estadísticas que no dominaban, el comité fue categórico: el análisis científico no sustenta la afirmación que el Siglo XX, la década de los 90 y el año 1998 son los más cálidos del milenio. A pesar de que el IPCC había otorgado un convencimiento de entre 66% y 90% sobre la veracidad del trabajo de Mann, tanto el gráfico como la famosa frase han desaparecido del informe 2007.

Todo esto lo explico no sólo para recordar una vez más que podría ser que el calentamiento global del siglo XX fuese una oscilación natural que poco tiene que ver con las emisiones de CO2, sino para advertir que cuando el IPCC afirma que hay consenso entre científicos sobre algo, puede ser que ese algo acabe resultando ser falso o que cuando dice que existe una convencimiento del 90%, ese convencimiento puede desaparecer en menos de cinco años.

Dicho esto, el IPCC acaba de hacer público un nuevo documento mucho más comedido, en el que dice que hay consenso y convencimiento sobre lo siguiente:

(1) La cantidad de CO2 en la atmósfera es más alta ahora que antes de la revolución industrial. (2) La temperatura media del planeta ha subido unos 0,74 grados durante el último siglo. La mitad de ese aumento se produjo antes de 1940. (3) Las temperaturas han subido en todos los continentes excepto la Antártida. (4) La masa de hielo en el Ártico ha bajado y algunos glaciares están remitiendo, aunque la cantidad de hielo en la Antártida ha aumentado. (5) El nivel del mar ha subido en 18 centímetros en 100 años.

¿Y qué hay de la nueva frase estelar del informe IPCC 2007: tenemos un convencimiento del 90% de que la mayor parte del calentamiento está causado por la acción humana? Si el IPCC dice que están convencidos en un 90% yo me lo creo. Ahora bien, aquí todo se complica porque una cosa es medir temperaturas y otra establecer causalidad. Sabemos que la teoría del efecto invernadero es cierta: emitir CO2 y dejarlo en la atmósfera contribuye al calentamiento del planeta. También sabemos que las temperaturas han fluctuado históricamente por razones naturales. A partir de aquí, para saber qué proporción del calentamiento es natural y qué parte está causado por las emisiones, los climatólogos utilizan complejos modelos matemáticos con los que, esencialmente, calculan cual hubiera sido el aumento de temperaturas si no hubiera habido emisiones y lo comparan con el aumento observado de temperaturas. Al no poder explicar los modelos todo el calentamiento con causas naturales, una parte debe haber sido causada por las emisiones. Noten ustedes que para que esta conclusión sea fiable es fundamental que el modelo matemático sea correcto. Y aquí es donde existe gran incertidumbre entre los científicos.

Supongo que es esa incertidumbre sobre los complejos mecanismos que determina el clima la que llevado a los autores del informe del IPCC-2007 a no especificar qué parte del aumento de 0,74 que está causada por el hombre por lo que, en realidad, nos está diciendo que tienen una seguridad del 90% de que saben bien poco.

En 2001 el IPCC se apresuró a publicar y a defender una frase estrella que resultó ser falsa y eso dañó su credibilidad y la de la comunidad científica. En 2007 el IPCC ha enmendado su error, lo que ciertamente le honora, y ha adoptado una posición mucho más seria y honesta. En un asunto de tanta importancia como el clima, es crucial que el IPCC mantenga su credibilidad y no vuelva a mezclar ciencia y política.


Cambio Climático (III): A La Vuelta de la Esquina


A finales del siglo XIX, la humanidad se enfrentaba a un serio problema medioambiental: el estiércol. La población urbana se disparaba y, dado que el medio de transporte principal eran los coches de caballos, los excrementos se acumulaban peligrosamente en la ciudad causando hedor, enfermedades respiratorias y fiebres tifoideas. Los sabios, que proyectaban una explosión demográfica a lo largo del siglo XX, predijeron una crisis ecológica sin precedentes.

Han pasado cien años y el miedo a morir sepultados por boñigas ecuestres se ha evaporado. Los que no han desaparecido son los augures de la desgracia. Es como si tuvieran su propia ley de la termodinámica: ellos ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman. En su actual encarnación, los catastrofistas (cuyo exponente más conocido es el actor Al Gore) nos dicen que el planeta se calentará tanto que el nivel del mar subirá 7 metros provocando inundaciones masivas y hecatombes varias.

Los científicos serios, cuya opinión intenta resumir el informe del Panel del Cambio Climático de la ONU (IPCC), son mucho menos dramáticos. Por ejemplo, sobre la subida del nivel del mar (que es el tema potencialmente más peligroso para el hombre), durante los noventa se decía que subiría un metro, en el informe del 2001 dijo que serían 49 cm y el de 2007 dice que el aumento medio será sólo de 34 cm. Parece que, a medida que los conocimientos mejoran, las predicciones científicas son cada vez menos pesimistas, cosa que contrasta con la creciente histeria de los profetas de la calamidad.

Ustedes se preguntarán: Y todo esto, ¿cómo lo saben? Los catastrofistas simplemente se lo inventan por lo que deben ser ignorados. ¿Y los científicos? Pues la verdad honesta es que… tampoco lo saben: lo proyectan con complicados modelos matemáticos.

Para que las predicciones de esos modelos sean acertadas se necesitan dos elementos. El primero, un modelo matemático correcto. Sobre la fiabilidad de éstos no voy a opinar porque no soy climatólogo, pero los mismos climatólogos confiesan que sus modelos actuales son muy imperfectos ya que el clima depende de muchos factores que no acaban de entender con precisión. El mismo gráfico 2 del IPCC-2007 confiesa que el nivel de comprensión científica de los efectos de la radiación solar, el vapor o los aerosoles es bajo.

Pero aunque los modelos fueran correctos, acertar en las predicciones requiere un segundo elemento: saber cuántos gases de efecto invernadero va a haber en la atmósfera durante el siglo XXI. Y aquí es cuando abandonamos el terreno de las ciencias del clima y entramos en el de la especulación económica. Entre otras cosas, hay que saber cual será al crecimiento de la población, su nivel de renta, su composición sectorial (la industria, por ejemplo, emite más que los servicios) o la tecnología que se utilizará para producir esa renta o para secuestrar el CO2 previamente emitido. No hace falta decir que la capacidad de los economistas (e insisto que yo no soy climatólogo) de predecir esos factores a 100 años vista con algún tipo de fiabilidad es, digamos… ¡nula!

Y como el IPCC sabe que no hay fiabilidad, lo que hace es simular diferentes escenarios: en uno la población (y por lo tanto las emisiones) crece mucho, en otro poco, en uno nos hacemos ricos, en otro no, en uno seguimos utilizando petróleo, en otro no, etc. Luego utilizan diferentes modelos para estimar los aumentos de temperaturas bajo cada uno de esos escenarios y los hace públicos en su informe.

La ONU piensa que con eso soluciona el problema, pero se equivoca: las predicciones sólo son realistas si los escenarios son realistas y algunos claramente no lo son. Por ejemplo, en el escenario llamado A2 se hace el supuesto de que la renta de los países pobres crecerá hasta los niveles que actualmente tenemos los ricos y que, a pesar de ello, la población mundial seguirá aumentando hasta alcanzar los 15.000 millones de personas. Eso es muy poco probable ya que cuando sube la renta la natalidad baja, como demuestra la experiencia de España y Europa en las últimas décadas.

Otro ejemplo: en el escenario A1FI, se proyecta que la renta per cápita mundial subirá desde los 3.900 dólares actuales hasta los 75.000 y que, a pesar de ello, seguiremos utilizando las mismas tecnologías intensivas en petróleo y carbón. Eso es muy poco probable ya que la mayor riqueza incrementará la demanda de esos recursos y, en consecuencia, su precio subirá (miren, si no, lo que ha pasado en los últimos años a raíz del crecimiento de China). Eso hará que la gente pase a utilizar aparatos que gasten menos (miren cómo bajó la demanda de 4x4s en Estados Unidos cuando el petróleo se puso a 70 dólares/barril) y que las energías alternativas que ya existen pasen a ser rentables y sustituyan a las fósiles.

Lo interesante es que estos dos escenarios tan poco probables desde del punto de vista económico son los que proyectan los aumentos más dramáticos de temperaturas y del nivel del mar. Claro que incluso los escenarios más razonables son poco fiables ya que incurren en el mismo error que cometieron los sabios del siglo XIX: ignoran las innovaciones que se van a producir a lo largo del siglo y que ahora no podemos ni imaginar. Al fin y al cabo, en 1900 no sólo nadie soñó que durante el siglo XX aparecerían el teléfono móvil, Internet, los transbordadores espaciales o el bikini, sino que fueron incapaces de ver que el automóvil –que a la postre fue la solución al problema del estiércol urbano- estaba a la vuelta de la esquina.

Cambio Climático (IV): El Tipo de Interés


Imaginen que una constructora les enseña un estudio que demuestra que su casa se va a derrumbar dentro de 100 años y les hace una oferta: ustedes y sus descendientes pagarán 3.000 euros al año durante un siglo; a cambio, la empresa irá haciendo obras para evitar tener que reconstruir la casa dentro de 100 años, cosa que tendría un coste estimado de 500.000 euros. ¿Piensan que es una buena oferta?

La respuesta es… ¡depende de los tipos de interés! Fíjense que la constructora les está proponiendo ahorrar 3.000 al año durante 100 años a cambio de una casa valorada en unos 500.000 euros dentro de un siglo. Para saber si la oferta es buena, deben estimar cuánto dinero tendrían sus hijos si, en lugar de aceptarla, ustedes depositan los 3.000 euros anuales en un fondo de inversión. Si el tipo de interés de ese fondo es cero, dentro de 100 años sólo habrá 300.000 euros en la cuenta. Como la constructora ofrece una casa valorada en 500.000, la oferta es atractiva. Pero si, como es más realista, los intereses son, digamos, un 6%, entonces invirtiendo 3.000 euros al año, sus descendientes tendrán más de 18 millones en su cuenta. En este caso, la oferta de la constructora es mala y solamente sería atractiva si una casa en 2100 costara 18 millones de euros.

Este ejemplo refleja un principio económico importante llamado principio del descuento: cuando el tipo de interés es realista, sólo vale la pena sacrificar hoy cantidades importantes de dinero para prevenir catástrofes lejanas si éstas son extraordinariamente costosas.

Les explico esto porque el mismo principio debería guiar las decisiones sobre el cambio climático (CC) ya que, según los científicos serios, los costes de dicho cambio no se van a notar en décadas o quizá siglos. El principio del descuento sugiere que propuestas como el protocolo de Kyoto, que comporten gastos elevados en el presente, no deberían adoptarse a no ser que los costes del CC se prevean descomunales. Esa es la conclusión a la que llegan la mayoría de estudios como los de William Nordhaus de la Universidad de Yale.

Un artículo reciente del profesor británico Nick Stern contradice todos esos trabajos y concluye que deberíamos gastar hasta un 15% de nuestro PIB para evitar el CC. A pesar de que Nordhaus y Stern utilizan los mismos modelos de evaluación del impacto económico del CC que estiman que los costes del CC en la actualidad son esencialmente cero y que se acercarán al 3% del PIB dentro de 100 años, sus conclusiones son diametralmente opuestas. ¿Cómo se explica la diferencia? Respuesta: ¡otra vez los tipos de interés! Como en el ejemplo de la empresa constructora, cuando se usa el 0% (el caso de Stern) se concluye que vale la pena gastar mucho hoy para evitar el desastre y cuando se utiliza el 6% (Nordhaus), no. Así de simple.

La pregunta, pues, es: ¿Qué tipo de interés deberíamos utilizar para tomar decisiones racionales sobre el CC? Los ecologistas usan un argumento de tipo ético para defender la aplicación del 0%: descontar el futuro, dicen, es dar menos peso o menos valor, a generaciones futuras y eso es una injusticia. Este argumento es atractivo… aunque muy debatible. Por ejemplo, el principio de justicia Rawls requiere dar más importancia a los grupos de personas más desfavorecidos. Stern acepta este criterio cuando compara regiones del mundo ya que da mayor peso a África porque es pobre. En una incomprensible pirueta intelectual, Stern no aplica la misma regla cuando compara generaciones. Al fin y al cabo, nuestros hijos no sólo van a heredar un planeta más caliente. También heredarán una tecnología y unas instituciones que les van a permitir ser mucho más ricos que nosotros. De hecho, las propias simulaciones de Stern y del IPCC suponen tasas de crecimiento de cerca del 2,5% que implican que la gente en 2100 será entre 15 y 25 veces más rica que nosotros. Si es de justicia Rawlsiana dar más peso a los africanos porqué son pobres, entonces uno tiene que dar más importancia a las generaciones presentes porque también son pobres en relación a las futuras. Es decir, es de justicia aplicar un tipo de interés a la hora de evaluar costes intergeneracionales por lo que las conclusiones de Stern están equivocadas.

Para que se hagan ustedes una idea de lo que significa esto: Suponiendo que el protocolo de Kyoto consiguiera eliminar futuras catástrofes climáticas y si el tipo de interés fuera del 6%, la tasa de crecimiento del 2,5% y los costes del CC se manifiestan dentro de 100 años, solamente valdría la pena implementar Kyoto (cuyo coste anual estimado es del 1% del PIB mundial) si las pérdidas ocasionadas por el cambio climático dentro de 100 años fueran del 33% del PIB anual. Las peores predicciones de los más catastrofistas hablan de pérdidas 10 veces más pequeñas que eso. Conclusión: el protocolo es una idea terrible.

Estos cálculos se han hecho bajo el supuesto de que Kyoto acaba eliminando totalmente el riesgo de catástrofes. El problema para los defensores del protocolo es que ni siquiera eso es verdad. De hecho, se estima que si no hacemos nada, el aumento de temperaturas será de 2,8 grados en 100 años. Y si implementamos Kyoto las temperaturas aumentarán en 2,8 grados no dentro de 100 sino de… ¡106 años!

¿Vale la pena sacrificar el 1% del PIB (500.000 millones de euros) cada año (repito, cada año) durante 100 años para posponer el calentamiento en sólo 6 años? La respuesta es no: malgastar dinero para no conseguir casi nada es una mala idea, sea cual sea el tipo de interés.




Cambio Climático (V): Entre Unos y Otros


En el debate sobre el cambio climático hay tres tipos de actores: en un extremo está una minoría que niega la evidencia científica del calentamiento global. En el otro extremo está una gran cantidad de gente que exagera los hechos científicos demostrados, que toma las predicciones basadas en modelos poco fiables como si fueran verdades inapelables, que atemoriza a la población augurando cataclismos varios, que insulta y desacredita a los discrepantes y que, después de cada tormenta, demanda irreflexivamente la implementación del protocolo de Kyoto. Y a mitad de camino entre unos y otros existe gente que intenta analizar el problema racionalmente, separando lo que dicen realmente los informes científicos de la propaganda y, sobre todo, intenta utilizar el sentido común para diseñar políticas adecuadas. Es precisamente cuando el planeta se calienta que hay que mantener la cabeza fría y no dejarse llevar por el pánico o por la histeria de los extremistas.

En mi último artículo expliqué que los enormes gastos que comportaría la implementación directa del protocolo de Kyoto no compensan los reducidos beneficios que obtendremos dentro de 100 años. ¿Quiere decir eso que no debemos hacer nada? No necesariamente. Lo que sí quiere decir es que (a) debemos invertir en cosas más productivas y (b) si decidimos reducir emisiones, debemos hacerlo de la manera más barata posible.

La inversión más productiva relacionada con el medio ambiente es, sin lugar a dudas, el I+D. Dicen los expertos que hay tres áreas prometedoras en las que investigar. La primera es la de las energías alternativas. Aquí tenemos un ejemplo del perjuicio que puede causar el delirio de los radicales: los científicos dicen que la fusión nuclear que dará energía limpia e ilimitada, aún tardará 50 años. Al exagerar los catastrofistas la urgencia del problema, nuestros líderes estén abandonando la investigación en fusión nuclear porque creen que llegará demasiado tarde. Y eso es un grave error.

Una segunda línea prometedora es la de limpiar el CO2 ya emitido como hacen los árboles con su función clorofílica. Se está progresando en el tema del secuestro de CO2 pero todavía estamos lejos. La tercera línea es el almacenamiento de energía. Fíjense en la cantidad de energía natural –solar, eólica, mareas, tormentas, etc- que desaprovechamos simplemente porque no tenemos buenas baterías donde almacenarla. De hecho, el problema actual de las energías renovables no es que sean caras sino que no son fiables porque no se generan cuando se necesitan sino cuando quiere la naturaleza. Si pudiéramos acumularlas cuando sopla el viento o luce el sol para ser utilizadas cuando son necesarias, el problema se habría acabado.

En cuanto a la política de reducir emisiones, existen tres alternativas. La primera, que es la que proponía Kyoto originalmente, es la regulación: el estado asigna arbitrariamente unas cuotas de emisión y se pone en la cárcel a quien emita más de lo permitido. Imaginen que hay dos empresas, A y B, que emiten CO2 y que, para A, el coste de reducir emisiones es muy bajo mientras que para B, es prohibitivo. Si se obliga a las dos a reducir las emisiones en 50 toneladas (tm) cada una, quizá la empresa B tenga que cerrar, cosa que tendría importantes pérdidas económicas y aumento del paro. Se estima que hacer eso costaría el 5% del PIB mundial cada año.

La segunda es la que ha adoptado la Unión Europea: también se asignan cuotas de emisión pero se deja que las empresas compran y vendan esas cuotas. Si se permite que la empresa B le pague a la A un dinero para que ésta reduzca 100 tm en lugar de 50 tm, la reducción total de emisiones será la misma, pero los costes económicos serán mucho menores porque el ahorro lo hace la más eficiente. Se calcula que el coste de esa estrategia es del 1% del PIB anual.

La tercera vía es la que proponen un creciente número de economistas que el profesor Harvard Greg Mankiw llama el club de Pigou en honor al inglés Arthur Cécil Pigou. La idea es aumentar los impuestos sobre productos que emiten CO2 –por ejemplo la gasolina, el petróleo o el carbón- y, a cambio, reducir otros impuestos distorsionadores. Si el tipo impositivo es suficientemente alto, la empresa A (que, recuerden, es la eficiente), evitaría pagar esas tasas a base de reducir sus emisiones en 100 tm. A la empresa B le saldría a cuenta no reducir emisiones y pagar los impuestos. Fíjense que la reducción global sería la misma que con las cuotas pero con una gran diferencia: con las cuotas, el dinero que paga B se lo queda la empresa A mientras que con el impuesto, el dinero se lo queda el estado. Y aquí está el truco de la propuesta: el estado debe compensar las distorsiones causadas por la nueva tasa rebajando otros impuestos que ahora perjudican la actividad económica como el IRPF. ¿Resultado? Las emisiones se reducen exactamente igual que con las cuotas, pero el impacto económico negativo es mucho menor.

Un aviso: para que esta estrategia de sustitución de impuestos funcione, es importante asegurarse que los políticos realmente utilizan la recaudación del impuesto pigouviano sobre el CO2 para rebajar el IRPF –y reducir así los costes de la política medioambiental- y no para aumentar el gasto y satisfacer su conocida avidez fiscal y electoralista.

Sea como sea, existe un gran espacio para el debate medioambiental sereno y sosegado, lejos de la histeria de los extremistas de ambos lados y de las constantes amenazas y los insultos que profieren entre unos y otros.




Cambio Climático (y vi): No Es Nuestra Prioridad

Al Gore afirma que evitar el cambio climático (CC) no es una cuestión de política sino de moral. Es nuestra obligación ética, dice, dejar a nuestros hijos un planeta mejor.

La utilización de conceptos de moral y ética en el debate sobre el CC indica que algunos analizan el problema del calentamiento global no tanto desde la ciencia como desde la religión. En un discurso pronunciado en la universidad en California, Michael Chrichton equiparó al movimiento ecologista con una nueva religión ya que hablaba de la irrupción del hombre en el paraíso terrenal con un pecado original contaminador llamado revolución industrial y que prometía la salvación eterna si se cumplían los mandamientos revelados en Kyoto. A mi también me da la impresión que algunos radicales del CC apuntan tics sacerdotales. Pero, a diferencia de Chrichton, no lo digo por el contenido de sus ideas sino por la forma cómo las defienden que a menudo recuerda a los tribunales de la Santa Inquisición. Por ejemplo, antes de siquiera entrar en debate, acusan a los que discrepan de estar al servicio, no del demonio, sino de Exxon (que me parece que es mucho peor) o de ser neocones pagados por el satánico Bush. Llaman negacionistas a los que no comulgan con sus ideas equiparándolos con los nazis que niegan el holocausto. Exigen censura a los medios de comunicación para acallar a los que se desvían del catecismo oficial. Piden que se silencie a los ignorantes que no tengan un título de física, aunque el debate sea más un tema de estadística y economía que de climatología. Culpan a los sacrílegos de querer destruir el planeta e incluso los denuncian por no amar a sus hijos. Y claro, todo esto lo hacen sin aportar pruebas, porque los poseedores de la verdad absoluta nunca han necesitado pruebas para condenar al hereje a la pira purificadora. Les basta con hablar, como Torquemada, desde una supuesta superioridad moral.

A mí, la verdad, todo esto me parece bastante cómico. Una sociedad sana debe debatir los temas importantes de manera abierta y civilizada, sin actitudes inquisidoras. Les diré incluso que estoy de acuerdo con Al Gore cuando dice que tenemos la obligación ética de dejar un planeta mejor a nuestros hijos. Pero un planeta mejor no quiere decir un planeta más frío. Un planeta mejor es (también) un planeta sin pobreza. O un planeta sin SIDA o Malaria, un planeta sin malnutrición, un planeta donde todo el mundo tiene acceso a la educación y al agua potable, un planeta sin guerras, corrupciones políticas o gangsterismo.

Y dado que hay muchas maneras de mejorar nuestro mundo, el debate debería centrarse en cómo priorizar a la hora de hacerlo y no en quien ostenta la superioridad moral.

Sí, ya sé que algunos dirán que no hace falta priorizar porque luchar contra el cambio climático no impide luchar también contra la pobreza. Pero eso es falso. Las restricciones presupuestarias existen y cuando un gobierno dedica dinero o capital político a luchar contra el calentamiento, no puede dedicar esos medios a la cooperación internacional. Del mismo modo, cuando una empresa dedica recursos de responsabilidad social a mejorar el medio ambiento, no los dedica a promocionar infraestructuras de agua en África.

Y no. No vale decir que luchar contra el CC va a generar mayor crecimiento porque la verdad es que reducir el CO2 va a costar mucho dinero. Tampoco vale decir que luchamos contra el calentamiento para evitar que los africanos se queden sin agua dentro de 100 años, porque los africanos no tienen agua hoy: en la actualidad ya hay dos millones de niños que mueren de diarrea cada año por falta agua potable. Si todo esto lo hacemos para ayudar a los pobres, solucionemos primero los problemas de los pobres de hoy y después ya ayudaremos los de dentro de un siglo.

La pregunta clave del debate del CC es, pues: si priorizáramos de manera racional, con información experta y sin las histerias generadas por películas de Hollywood, ¿qué problema de los muchos que tiene el mundo, deberíamos atacar primero? Existe un grupo en Dinamarca llamado Consenso de Copenhague que ha intentado responder a esa pregunta. Primero reunió a un grupo de sabios que incluían a varios premios Nobel con los más expertos defensores de dar prioridad a la lucha contra el CC y pidió a éstos que expusieran sus ideas, sus razonamientos y sus evaluaciones de costes y beneficios de solucionar el problema. Luego hizo lo mismo con los que querían priorizar la lucha contra el hambre, la erradicación de la malaria, el acceso al agua potable y así hasta 17 problemas de primer orden mundial. Una vez escuchados todos los expertos, se pidió a los sabios que establecieran un orden de prioridades. El resultado: la lucha contra el SIDA y la malaria encabezaban la lista y les seguían la pobreza y la malnutrición, las barreras arancelarias que impiden a los países pobres comerciar y crear riqueza, el acceso al agua potable y la educación. Lo interesante es que el cambio climático ocupaba la última posición.

El Consenso de Copenhague repitió el experimento con 24 embajadores de las Naciones Unidas y con un grupo de jóvenes, representantes de las generaciones futuras. En ambos casos los resultados fueron idénticos: puede que el calentamiento global sea un problema importante. Pero no es el único problema importante a los que se enfrenta la humanidad. Una vez se comparan las urgencias y las necesidades, los costes y los beneficios, los pros y los contras, la lucha contra el cambio climático no es nuestra prioridad.

jueves, diciembre 20, 2007

¿Qué es más importante tener fortuna o ser afortunado?


Un artículo de opinión escrito por mí hace unos años en un contexto de descerebrada polémica partidista inspira la política del gobierno. Por supuesto, es una cuestión de suerte que el volumen en que aparece el artículo vea la luz el día que el gobierno decide aplicar una confusa versión folclórica de mi propuesta.

C.




La Nueva España. 20 de Diciembre de 2007


La rebaja máxima para los usuarios habituales del Huerna alcanzará en torno al 40% del peaje
La bonificación será gradual en función del número de viajes mensuales y se aplicará a partir de la segunda vez que se use la autovía

Una promesa electoral de largo cumplimiento. Paso a paso, los socialistas siguen avanzando en la rebaja del peaje del Huerna, comprometida en la campaña electoral de las generales de 2004.
Oviedo El Consejo de Ministros aprobará mañana la rebaja del peaje del Huerna para los usuarios habituales de la autovía que enlaza Asturias con León. La bonificación máxima para quienes más utilicen esta vía se situará en torno al 40 por ciento. José Luis Rodríguez Zapatero viajará mañana a León, su tierra natal. Allí, en terreno propicio, desvelará los detalles de la reducción, negociados entre el Gobierno asturiano, el Ministerio de Fomento y el equipo de Presidencia de Moncloa. Álvaro Cuesta, diputado socialista por Asturias, confirmó que el asunto fue despachado ayer por la comisión de subsecretarios, encargada de preparar la reunión del Consejo de Ministros. Cuesta y Zapatero fueron también -con el presidente del Principado, Vicente Álvarez Areces- los «autores intelectuales» de la promesa de supresión del peaje del Huerna, lanzada en la campaña electoral de 2004. Pronto hará ocho años, y desde entonces hasta ahora sólo se ha avanzado un paso hacia ese horizonte: la reducción del 30 por ciento del canon a los transportistas, en vigor desde enero de 2006. El parlamentario socialista se negó a dar más precisiones: «Es una promesa que hicimos y mantenemos. Ahora lograremos un avance mucho más significativo, y nada más puedo decir». Otros fueron algo más allá. La rebaja entrará en vigor a principios de 2008, según las primeras previsiones. Para ser beneficiario habrá que contar con una tarjeta identificatoria que deberá ser mostrada en los puestos de control del peaje. Posteriormente este sistema, algo rudimentario, será sustituido por un telepeaje: un lector óptico permitirá identificar los coches que pasen y aplicar el descuento correspondiente, sin necesidad de que los vehículos detengan su marcha ante los controles. Los descuentos aumentarán de forma escalonada, en función del número de viajes mensuales que realice cada usuario. A partir de una cantidad se aplicará la bonificación máxima, «en torno al 40 por ciento», conforme a los cálculos de uno de los cargos socialistas al tanto del acuerdo. Ése es el porcentaje máximo. Pero antes de alcanzar ese listón ya habrá rebajas notables. De hecho, los poseedores de la tarjeta acreditativa empezarán a notar una reducción considerable ya con el segundo viaje que realicen, en principio en días laborables. «Que nadie piense que será algo complicado. Será un procedimiento sencillo, y bastará con cruzar la autovía un número reducido de veces al mes, menos de diez, para notar el máximo de beneficios en el bolsillo. No hay trampa oculta», añadió la misma fuente. Tampoco excesiva novedad. En varios peajes de Cataluña se aplica un modelo similar, a través de un sistema denominado Tacconsum. En estos casos el Ministerio de Fomento considera conductores habituales a los usuarios que realicen más de ocho viajes al mes en días laborables. Los descuentos permiten rebajas que oscilan entre el cinco y el 25 por ciento del total.

Más cobertura mediática

El Mundo - La Crónica de León
20 de Diciembre de 2007


Un estudio del BBVA aconseja la reducción en vez de la supresión del peaje del Huerna

L.C. LEÓN.— Faltan menos de dos semanas para el inicio del año nuevo 2008, una fecha en la que se ha fijado una nueva reducción en el coste del peaje del Huerna, un descuento que ya fue anunciado hace varios meses y que podría afectar a todos los usuarios de esta autopista, pese a que todavía no se ha concretado ni el tipo de descuento ni su cuantía. El profesor de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad de León (ULE), Carlos Arias Sampedro, es el autor de un artículo incluido en un estudio sobre la economía asturiana, editado por el BBVA y que se presentó el pasado lunes en Oviedo, según indica la Nueva España, y en el que mantiene una posición crítica frente a la supresión del peaje del Huerna, ya que asegura que los argumentos que apoyaban que su supresión sería beneficiosa para la economía «no estaban muy claros».
De este modo, Arias Sampedro, recuerda que «la supresión del peaje no hará que la autopista sea gratuita sino que dejará de ser pagada por los usuarios para pasar a ser costeada por los contribuyentes a través de un aumento de impuestos, o conducirá a la reducción de otros servicios de que disfrutaban con anterioridad».
Además, señala que existe un grupo de personas que se verá más bien perjudicado por su rescate, como son los que no van a usar en ningún momento la autopista. Por este motivo, Carlos Arias defiende la reducción en el coste del peaje, que «puede aumentar el bienestar de los usuarios sin hacer pagar a los no usuarios y sin reducir los ingresos de la empresa concesionaria», que recaudaría un poco menos por utilizar la autopista pero al ser más barata, ganaría en cantidad de usuarios.
El profesor de la ULE analiza también en este artículo los beneficios de emprender una reducción del coste del peaje que afecte sólo a una parte de sus usuarios, como es el caso de la rebaja del 30% que se aplica desde principios de 2006 y que afecta al colectivo de los conductores profesionales que utilizan esta vía. En este sentido, indica que «no queda claro cuáles son los problemas del grupo al que se trata de favorecer y en que medida la eliminación del peaje contribuye a resolverlos».
De este modo, Arias Sampedro ofrece su opinión «basada en principios básicos de la economía y generalmente aceptados» y recuerda que «el dinero público es escaso» y una medida como el rescate de la autopista «resultaría muy cara» y no significaría que dejásemos de pagar por esta carretera, sino que simplemente cambiaría el modo de pago.




El descuento a grupos, una opción dudosa
En su artículo de opinión, el profesor de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad de León, Carlos Arias Sampedro, afirma que la reducción del peaje a un grupo concreto de usuarios suscita dudas sobre su efectividad como política industrial o de rentas». Pese a esto, Arias Sampedro es claro al asegurar en el texto que «la peor opción parece ser la eliminación total del peaje», ya que «en primer lugar, es difícil defender el traslado de costes de usuarios a no usuarios que la medida provoca y en segundo lugar, aunque esto es dudoso a corto plazo en el caso de la autopista del Huerna, puede tener efectos adversos sobre la congestión». Así, esta medida, que fue una de las promesas electorales de Zapatero, y que desde entonces, ha sido reclamada por políticos y usuarios en numerosas ocasiones, se muestra ahora como una alternativa no tan buena como parecía en un principio y sobre todo, como una medida que más que beneficiar a los ciudadanos generaría pérdidas. El profesor continúa señalando que «los peajes en las carreteras más congestionadas pueden ser aceptados con tanta naturalidad como los parquímetros en la ciudad».

miércoles, diciembre 19, 2007

LA SUPRESION DEL PEAJE DEL HUERNA

Un borrador del artículo de opinión que aparece en Asturias 2006 editado por el BBVA



La supresión del peaje del Huerna o, al menos, su posible reducción se ha propuesto recientemente como una medida destinada a mejorar la economía Asturiana. El aspecto más curioso del debate es la ausencia total de opiniones críticas derivadas de un análisis detallado de todas las implicaciones de la propuesta. Los detalles financieros de la supresión del peaje no han sido explicados con detalle. La empresa concesionaria ha mencionado en alguna ocasión la cifra de 1300 millones de euros de coste para la eliminación del peaje. Adicionalmente, habría que hacerse cargo del mantenimiento de una compleja infraestructura viaria de alta montaña. En este sentido, los gastos de explotación fueron de casi 17 millones de euros en el ejercicio económico de 2003 según refleja la cuenta de Pérdidas y Ganancias de AUCALSA. Desde febrero de 2006, el proceso de rebaja y futura supresión de peaje se ha concretado en una rebaja sustancial de éste para vehículos pesados.

En este breve artículo voy a intentar aportar a este debate algunos elementos técnicos, derivados del análisis económico del problema, que conducen a una visión menos favorable sobre el “rescate”. Entre estos elementos técnicos se encuentran un somero análisis de quien recibe los beneficios del “rescate” pero también de quien soporta sus costes, los posibles efectos del “rescate” sobre la congestión, el papel del peaje en el bienestar de ciertos grupos de ciudadanos y la compatibilidad de la medida con las nuevas tendencias en la ordenación del transporte por carretera.

El rescate del peaje puede concretarse en tres opciones distintas: eliminación del peaje, reducción del peaje para todos los usuarios o reducción del peaje para algunos grupos de usuarios. La eliminación del peaje no es una medida que beneficie a todo el mundo sino que puede tener ganadores y perdedores. Es evidente, que la supresión del peaje no hará que la autopista sea gratuita sino que dejará de ser pagada por los usuarios para pasar a ser costeada por los contribuyentes a través de un aumento de impuestos o conducirá a la reducción de otros servicios de que disfrutaban con anterioridad. Por tanto, si los costes del rescate que se repercuten a los contribuyentes son menores que el peaje en vigor, los usuarios actuales de la autopista constituyen el primer grupo de beneficiados por la medida. El efecto del “rescate” en los no usuarios es bastante más complicado. Sin embargo, es posible identificar grupos de damnificados. Están compuestos por personas que, por diversas razones, no van a usar en ningún momento la autopista. Para estas personas, el incremento de impuestos o reducción de servicios públicos asociados al “rescate” supera con toda probabilidad a los beneficios y la medida es negativa para ellos. Puesto que es posible identificar grupos de contribuyentes que pierden con el “rescate” es sorprendente que sus intereses nunca se tengan en cuenta en el debate. Un elemento adicional es que el aumento de tráfico tras el rescate puede aumentar la congestión de la vía reduciendo las ganancias de los nuevos y actuales usuarios.

La segunda forma de cumplir con la promesa del “rescate” es la reducción del peaje para todos los usuarios. Una cuestión raramente mencionada es que las reducciones en el peaje pueden aumentar el bienestar de los usuarios sin hacer pagar a los no usuarios y sin reducir los ingresos de la empresa concesionaria. Cualquiera que conduzca desde Madrid al Mediterráneo puede tener dos experiencias diametralmente opuestas. Por un lado, el atasco casi permanente en las autovías A3 y A4 en las inmediaciones de Madrid y, por otro, la sensación de ser el único usuario de las autopistas de peaje R3 y R4 que discurren paralelas a éstas. En estas circunstancias, una pequeña bajada del peaje haría que algún vehículo abandonase la autovía congestionada y optase por la autopista de peaje. La congestión mejoraría un poco, el individuo que hace el cambio mejora y los usuarios de la autopista de peaje no lo notan porque va casi vacía. Finalmente, la empresa concesionaria recaudaría un poco menos por cada usuario pero tendría más usuarios. Por tanto, el efecto sobre los ingresos de la autopista no sería necesariamente negativo. La idea se resume así: pueden existir reducciones en el peaje que mejoren a los usuarios de la autopista sin reducir los ingresos de la empresa que gestiona la autopista. En estas circunstancias, podría no ser necesario compensar a la empresa por la reducción del peaje. El cálculo del nivel de peaje óptimo que puede producir estos resultados no es sencillo pero es factible.

La última concreción del “rescate” puede ser una reducción del peaje para ciertos grupos de usuarios. Este parece ser el camino emprendido con la medida adoptada en febrero de 2006. Por un lado, esta rebaja del peaje puede ser un caso particular de la rebaja generalizada discutida anteriormente. Por otra parte, este enfoque puede estar relacionado con la preocupación sobre el efecto del peaje en las personas con menos recursos o en un sector productivo, por ejemplo, el transporte por carretera. En el caso de las personas con menos recursos, la preocupación es legítima pero aparece en un momento y lugar extraño. Una persona compra un vehículo y paga unos impuestos elevados, hace frente a sus innumerables gastos, llena el depósito de combustible con sus correspondientes impuestos y llega, por fin, al peaje. En este momento, aparece la preocupación por la situación económica del conductor. Es evidente que antes de llegar al peaje ha habido múltiples oportunidades de reducir impuestos para ayudar a esa persona. En el caso de los transportistas el argumento es el mismo pero, además, no queda claro cuáles son los problemas del grupo al que se trata de favorecer y en que medida la eliminación del peaje contribuye a resolverlos. Simplemente, se les hace una transferencia de recursos que, por supuesto, no rechazan.

Los argumentos a favor de la supresión del peaje parecen moverse en un ámbito distinto del que se ha estudiado en este artículo. Por ejemplo, uno de los argumentos a favor de la supresión del peaje es el de la equidad territorial. La idea es que no es justo que algunas Comunidades tengan vías de alta capacidad gratuitas y otras no. Sin embargo, la lógica del argumento puede volverse en contra de Asturias. Si se llega a aplicar, es de esperar que desencadene una serie de peticiones en cascada por las Comunidades que tengan menos dotación de cualquier otro servicio público subvencionado por el estado. Por tanto, parece que la aplicación de este criterio llevaría a la igualdad del gasto público entre regiones (ponderado por el número de habitantes o algún criterio similar). Esto podría hacer que las peticiones asturianas de aumentar la dotación de infraestructuras sin peaje se viesen limitadas por la cuantía actual de gasto público por habitante. Por tanto, estos temas tienen que ser pensados en un contexto de recursos escasos con usos alternativos, no en un mundo imaginario dónde todas las peticiones pueden ser atendidas sin dificultad.

Adivinar el futuro es una actividad arriesgada. No obstante, no es descabellado pensar que la igualación entre zonas geográficas se produzca por una extensión de los peajes en vez de por la supresión de éstos. La reducción de la congestión de tráfico requerirá un pequeño peaje en cada zona de carretera congestionada cuya cuantía puede depender del día y la hora. La evidencia más cercana a esta tendencia la tenemos en el pago por aparcar en la calle. En poco más de una década hemos pasado de la polémica por el pago por estacionar en zonas urbanas a apreciar sus ventajas y, prácticamente, obviar sus inconvenientes. El pago por el aparcamiento tiene un aspecto positivo: fuerza al conductor a pensar si realmente necesita llevar el coche a ese punto, por cuánto tiempo y cuáles son sus alternativas. Como consecuencia, incrementa la probabilidad de encontrar un aparcamiento cuando se necesita y reduce el gasto de tiempo y combustible para aparcar.

El análisis anterior coloca a la reducción del peaje como la mejor manera de abordar la promesa electoral del “rescate”. De hecho, para algunas reducciones de peaje no sería necesario compensar a la empresa que gestiona la autopista. La reducción de peaje a un grupo concreto de usuarios es razonable como caso particular del anterior pero suscita dudas sobre su efectividad como política industrial o de rentas. La peor opción parece ser la eliminación total del peaje. En primer lugar, es difícil defender el traslado de costes de usuarios a no usuarios que la medida provoca. En segundo lugar, aunque esto es dudoso a corto plazo en el caso de la autopista del Huerna, puede tener efectos adversos sobre la congestión. Por último, es una medida que ignora las tendencias más recientes y el futuro de la gestión del tráfico. A pesar de las lógicas reticencias, los habitantes de Londres han logrado alguna mejora en la circulación en el centro de la ciudad con el establecimiento de un peaje. Este todavía modesto ejemplo sugiere que, en unos años, los peajes en las carreteras más congestionadas pueden ser aceptados con tanta naturalidad como los parquímetros en la ciudad.

Cobertura mediática


El periódico de mayor tirada de Asturias dedica un espacio relevante a comentar mi artículo de opinión en el libro Asturias 2006 del BBVA.

Es curioso el impacto que tiene una opinión basada en el uso de principios básicos de economía que se pueden encontrar en cualquier libro introductorio a la materia.





La Nueva España, 19 de Diciembre de 2007

Huerna: lo barato sale caro
La supresión total del peaje es, según el estudio del BBVA sobre Asturias, «la peor» solución para aplicar en la autopista frente a «la mejor» de una rebaja general

Oviedo, E. L. La supresión total del peaje del Huerna no sólo es una promesa electoral del PSOE que lleva camino de quedar incumplida sino que, además, es la «peor opción» posible para abaratar a los asturianos el uso de la principal infraestructura viaria de comunicación con la Meseta. Este último argumento lo defiende Carlos Arias Sampedro, profesor de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad de León, en el estudio sobre Asturias editado por BBVA y presentado el lunes en Oviedo. Carlos Arias considera que, desde el punto de vista del coste y el beneficio para los ciudadanos, «la mejor manera» de abordar la promesa electoral del «rescate» del peaje es aplicar una reducción del precio para todos los usuarios. Ésta es precisamente la medida que el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero prevé anunciar antes de finales de año. El análisis que Carlos Arias hace sobre el peaje del Huerna toma como presupuesto que, en todo el debate público generado en torno a esta promesa socialista, «los detalles financieros de la supresión del peaje no han sido explicados con detalle». Este profesor de la Universidad de León cree que ha existido una «ausencia total de opiniones críticas derivadas de un análisis detallado de todas las implicaciones de la propuesta». Arias asume la tarea de hacer esa interpretación crítica y concluye que la supresión total del peaje «no hará que la autopista sea gratuita sino que dejará de ser pagada por los usuarios para pasar a ser costeada por los contribuyentes a través de un aumento de impuestos o conducirá a la reducción de otros servicios de que disfrutaban con anterioridad». Esta argumentación se sustenta en que «la empresa concesionaria ha mencionado en alguna ocasión la cifra de 1.300 millones de euros de coste para la eliminación del peaje» y en que «adicionalmente habría que hacerse cargo del mantenimiento de una compleja infraestructura viaria de alta montaña». Los gastos de explotación del Huerna en 2003, según apunta Arias, fueron de «casi 17 millones de euros». En el artículo incluido en el estudio de la Fundación BBVA sobre Asturias, el economista también analiza la rebaja del peaje del 30 por ciento para los transportistas, medida que el Gobierno central adoptó en febrero de 2006. Este profesor de Fundamentos del Análisis Económico lo considera un método de dudosa efectividad «como política industrial o de rentas». «No queda claro cuáles son los problemas del grupo al que se intenta favorecer (los transportistas) y en qué medida la eliminación del peaje contribuye a resolverlos. Simplemente, se les hace unas transferencia de recursos que, por supuesto, no rechazan». En su defensa de una rebaja general del peaje como el método idóneo para actuar en el Huerna, Carlos Arias subraya que «las reducciones en el peaje pueden aumentar el bienestar de los usuarios sin hacer pagar a los no usuarios y sin reducir los ingresos de la empresa concesionaria», puesto que se elevaría el número de usuarios. «El cálculo de peaje óptimo que puede producir estos resultados no es sencillo, pero es factible», añade. Carlos Arias, en otra parte de su análisis, considera que «para algunas reducciones de peaje no sería necesario compensar a la empresa que gestiona la autopista», dado ese incremento posible del número de usuarios atraídos por la rebaja. Equilibrio territorial Aunque el análisis de las medidas a tomar en el peaje del Huerna se ciñen al enfoque coste-beneficio, Arias también comenta «uno de los argumentos a favor de la supresión del peaje», el de la «equidad territorial». «La idea es que no es justo que algunas comunidades tengan vías de alta capacidad gratuitas y otras no. Sin embargo, la lógica del argumento puede volverse en contra de Asturias. Si se llega a aplicar, es de esperar que desencadene una serie de peticiones en cascada por las comunidades que tengan menos dotación de cualquier otro servicio público subvencionado por el Estado. Por tanto, parece que la aplicación de este criterio llevaría a la igualdad del gasto público entre regiones (ponderado por el número de habitantes o un criterio similar). Esto podría hacer que las peticiones asturianas de aumentar la dotación de infraestructuras sin peaje se viesen limitadas por la cuantía actual de gasto público por habitante. Por tanto, estos temas tienen que ser pensados en un contexto de recursos escasos con usos alternativos, no en un mundo imaginario donde todas las peticiones pueden ser atendidas sin dificultad». Carlos Arias no sólo rechaza la supresión total del peaje sino que, además, advierte de que el futuro camina precisamente en dirección contraria: «No es descabellado pensar que la igualación entre zonas geográficas se produzca por una extensión de los peajes en vez de por la supresión de éstos. La reducción de la congestión de tráfico requerirá un pequeño peaje en cada zona de carretera congestionada cuya cuantía puede depender del día y la hora. La evidencia más cercana de esa tendencia la tenemos en el pago de aparcar por la calle».

lunes, diciembre 17, 2007

Desviando la atención en un país de ignorantes: las propinas en el café


La prensa se hace eco de unas declaraciones del Ministro de Economía donde afirma que una parte del problema inflacionario español se debe a las dificultades de la gente para entender el valor de un euro. A continuación, puso como ejemplo la costumbre de dejar una propina de un euro al pagar dos cafés.
El primer problema de ignorancia es el de los periodistas, analistas políticos y público en general. De hecho, llevan varios días negando que la gente deje un euro de propina. Se habla de diez céntimos, cinco céntimos e incluso de una gran mayoría que no deja propina. Por tanto, al ser moderada la propina no afectaría a la inflación. Parece difícil llegar más lejos pero la ignorancia alcanza el paroxismo cuando, tratando de ser sofisticado, se hace un análisis diferencial: sólo habrían aumentado los precios si hubiese aumentado la propensión a dejar propina con la crisis económica.
Ante este lamentable estado de opinión se debería recordar que las propinas no son un bien que se tenga en cuenta para calcular el índice de precios al consumo (IPC). Por tanto, su cuantía no puede afectar al índice ni sus cambios a los cambios en el índice (inflación).
La única interpretación razonable del comentario del Ministro es que piense que los consumidores tienden a aceptar subidas relativamente importantes en productos de precio reducido al no ser capaces de evaluar correctamente el valor de los céntimos de euro. Sin embargo, si estos productos suponen una proporción relevante en la cesta de la compra los consumidores tendrían que darse cuenta más pronto que tarde. Es decir, les faltaría dinero para comprar otras cosas. Por el contrario, si estos productos no suponen una proporción relevante en la cesta los consumidores no lo notarían pero tampoco afectaría al IPC ya que la proporción del producto en la cesta de la compra determina el efecto de la subida del precio en el IPC. Por tanto, el Ministro no acierta aunque se haga un gran esfuerzo de interpretación de sus palabras.
Una explicación bastante perversa es que el Ministro, aprovechando la ignorancia sobre el tema, haya creado la absurda polémica sobre la cuantía de las propinas para desviar la atención sobre el grave problema de la inflación.

Paul Potts

En primer lugar un instante operístico. Si disponéis de unos minutos escuchad y, sobre todo, estudiad los detalles de este éxito de youtube:




Este video puede dar y ha dado ya lugar a infinidad de comentarios. Yo tengo un par de comentarios, como no, de índole económico.

El primer comentario se lo debo a Joaquín Lorences. En una deliciosa comida y charla en el restaurante Las Campanas de San Bernabé de Oviedo me sugirió que mirase este video. Joaquín me pidió que reflexionase sobre el siguiente hecho: los mercados perfectos de los modelos no deberían permitir que talentos como el de Paul Potts se desperdicien mientras vende teléfonos móviles. Debería estar cantando ópera y ganando mucho dinero mientras el mundo disfruta del producto que crea al cantar. Joaquín sugiere que la estructura del mercado dominado por unos pocos operadores (discográficas, televisiones, etc) conduce a un resultado ineficiente en el que se dejaba sin usar un recurso valioso: la voz de Paul Potts. En definitiva, el video de Paul en manos de Joaquín es una invitación a seguir estudiando economía más allá de los mercados perfectos que aparecen sobre la mitad del un curso de Microeconomía.

El segundo comentario se lo debo a los premios Nobel de Economía George Stigler (1982) y Gary Becker (1992). Estos hombres escribieron un artículo fantástico que lleva el enigmático título de “De gustibus non est disputandum”. El suegro de Victor Fernández Blanco lo traduce como “sobre gustos no hay nada escrito”.
En este artículo, Stigler y Becker reflexionan sobre el origen de determinadas decisiones de consumo en la que los gustos parecen tener más importancia que los precios o la renta. En concreto, se fijan en determinadas adiciones (tabaco, alcohol o drogas ilegales) pero también en la asistencia a la ópera. Resulta que una bajada del precio de los conciertos de opera puede tener un efecto para el público que acude habitualmente o que tiene un interés por este género musical pero difícilmente afectará a las personas cuyos gustos estén alejados de este género. Dar un papel tan relevante a las preferencias es muy problemático ya que llevado al límite todo se puede explicar por los gustos. Yo compro cordero porque me gusta y si más tarde dejo de comprarlo es porque me ha dejado de gustar. Este tipo de razonamientos económicos son frecuentes en las ruedas de prensa del conejo (perdón consejo) de ministros pero son claramente insatisfactorios para mentes inquisitivas. Stigler y Becker proponen un modelo en que las decisiones de consumo pasadas afectan a las presentes. Por tanto, en su modelo no todo se explica por los gustos. Las decisiones de cada momento se explican por los precios presentes y por las decisiones pasadas en las que los precios y la renta también jugaron un papel relevante. El ejemplo de la ópera se podría extender a la lectura tanto en cantidad como calidad, el visionado de televisión basura, etc. Sin embargo, la cara del público en el video sugiere que quizás no sea tan difícil modificar los gustos de la gente para que escuche opera y ganar mucho dinero haciéndolo.


martes, diciembre 04, 2007

Pésima divulgación científica


En clase de Microeconomía estamos concluyendo el bloque de teoría del consumo. Ricardo, un alumno de la clase, me muestra el siguiente artículo de Eduardo Punset en el XLSEMANAL del 2 de Diciembre de 2007. Hago fotocopias para toda la clase y me dispongo a hacer un comentario y escuchar los comentarios de los estudiantes.

Me permito algunos subrayados.

Los lectores preguntan a Eduardo Punset

¿Qué nos hace tomar decisiones?
Laura Novo. Madrid

No parece admisible que pretendamos saber tantas cosas sobre el universo que nos rodea y que, sin embargo, no sepamos por qué tomamos una decisión en lugar de otra. ¿Existe una explicación razonable de por qué elegimos a una persona como nuestra pareja y no a otra? ¿Hay algún principio que sustente la decisión de participar en un juego de azar en lugar de hacerle caso omiso? ¿Por qué nos casamos? ¿Por qué seguimos en un trabajo que no nos gusta? ¿Ha llegado el momento de tener un hijo? ¿Contesto al último e-mail?


Lo que estoy preguntando a los economistas y neurólogos es si existe una teoría de la toma de decisiones cotidianas que dé cuenta adecuadamente de nuestra conducta. Los economistas dijeron que sí hace ya tiempo, aplicando lo que ellos llaman la ‘teoría de juegos’. Recientemente, también los neurólogos han confirmado que existe una explicación teórica de por qué elegimos lo que elegimos entre distintas alternativas, pero su teoría no coincide con la de los economistas. Es decir, los neurocientíficos han demostrado que la teoría de los economistas no tiene validez. A raíz de este pequeño contratiempo, unos y otros decidieron, cuerdamente, formar un equipo multidisciplinar y, por fin, empezamos a saber por qué tomamos las decisiones.


Yo diría que el descubrimiento más sorprendente ha sido detectar la importancia de los sentimientos innatos o del andamio emocional a la hora de decidir. Consideraciones sociales y no sólo individuales conectan directamente con el mecanismo cerebral del premio y la recompensa.


En la práctica, los que toman decisiones lo hacen de forma menos interesada y egoísta de lo que sugerían los economistas. El móvil individual y estratégico cuenta menos de lo que se sospechaba. ¿Será posible que la influencia de la moral innata o el espíritu de cooperación determinen gran parte de nuestras decisiones? Hay que verlo para creerlo. Y para verlo, los primeros experimentos se efectuaron con el llamado ‘juego del ultimátum’, un ejercicio muy sencillo entre dos personas. A una de ellas se le dan mil euros y se le exige que done una parte del dinero, la que sea, a su compañero de juego, pero con la advertencia de que si el otro jugador la rechaza por considerar injusto el reparto, los dos se quedarán sin dinero. Para los economistas –antes de dialogar con los neurólogos–, estaba claro que la búsqueda del propio interés induciría a aceptar cualquier oferta superior a cero. Unos pocos euros son mejor que nada. Los repetidos experimentos efectuados por los neurólogos, en cambio, han demostrado que cuando la oferta al compañero de juego es inferior al 20 por ciento, éste rompe la baraja y prefiere que nadie se quede con nada. El sentimiento de injusticia prevalece sobre el interés de quedarse con 200 euros.


De ahí a sugerir que existe un programa moral innato no hay más que un paso que muchos científicos están ya dando. «No somos tan bestias como parecemos», dicen esos científicos. Las emociones, y no sólo la razón, desempeñan un papel primordial en las decisiones morales.


Por favor, que el lector se cuestione lo siguiente y en función de la respuesta le diré lo que le pasa. Imaginemos que entra en la estación un convoy a toda velocidad con riesgo de arrollar a cinco trabajadores en la vía. La única manera de evitarlo sería empujando a la muerte a un inocente para parar el tren. Moriría un inocente, pero se salvarían cinco vidas. Pues bien, salvo en el caso de viajeros con una lesión cerebral determinada, nadie o casi nadie opta por esa solución.



Mis comentarios


Se trata de un artículo realmente malo. En los aspectos económicos es osado desde una profunda ignorancia. En los aspectos neurológicos de la decisión es simplemente vacuo.

Lo que estoy preguntando a los economistas y neurólogos es si existe una teoría de la toma de decisiones cotidianas que dé cuenta adecuadamente de nuestra conducta. Los economistas dijeron que sí hace ya tiempo, aplicando lo que ellos llaman la ‘teoría de juegos’.


La teoría de juegos es un conjunto de instrumentos que permiten analizar las decisiones estratégicas. Es decir, decisiones cuyo resultado no sólo depende de tus acciones sino de las actuaciones de otros individuos. Por tanto, no es una teoría general de la decisión. De hecho, intenta explicar decisiones complicadas usando supuestos simplificadores sobre el proceso de toma de decisiones. Por ejemplo, las cantidades más grandes de algo bueno son preferidas a las cantidades más pequeñas.

Recientemente, también los neurólogos han confirmado que existe una explicación teórica de por qué elegimos lo que elegimos entre distintas alternativas, pero su teoría no coincide con la de los economistas. Es decir, los neurocientíficos han demostrado que la teoría de los economistas no tiene validez. A raíz de este pequeño contratiempo, unos y otros decidieron, cuerdamente, formar un equipo multidisciplinar y, por fin, empezamos a saber por qué tomamos las decisiones.

Efectivamente, existen discrepancias entre los supuestos simplificadores usados en modelos económicos y algunos experimentos científicos sobre el comportamiento. Esta discrepancia ha abierto una prometedora línea de investigación.

A una de ellas se le dan mil euros y se le exige que done una parte del dinero, la que sea, a su compañero de juego, pero con la advertencia de que si el otro jugador la rechaza por considerar injusto el reparto, los dos se quedarán sin dinero. Para los economistas –antes de dialogar con los neurólogos–, estaba claro que la búsqueda del propio interés induciría a aceptar cualquier oferta superior a cero. Unos pocos euros son mejor que nada. Los repetidos experimentos efectuados por los neurólogos, en cambio, han demostrado que cuando la oferta al compañero de juego es inferior al 20 por ciento, éste rompe la baraja y prefiere que nadie se quede con nada. El sentimiento de injusticia prevalece sobre el interés de quedarse con 200 euros.

Espero que los neurólogos hayan llegado un poco más lejos de lo que afirma Punset en este párrafo. Este problema se explica en cualquier libro que contenga los rudimentos de la teoría de juegos. Se trata de la diferencia entre juegos que se juegan una sola vez y juegos que se juegan miles de veces a lo largo de la vida. Si la situación se repite, perder 200 euros en una jugada implica hacerle perder 800 al adversario. Por tanto, las próximas veces tendrá más cuidado al hacerte la oferta. Es decir, pierdes 200 para intentar ganar más en las sucesivas interacciones. Las personas que participan en este experimento están acostumbradas (quizás hasta seleccionadas evolutivamente) para actuar en situaciones que se repiten. Por tanto, responden como si la situación fuese a repetirse. En término prácticas, la repetición es el caso interesante excepto para los neurólogos y, por lo visto, para los divulgadores científicos.
Es curioso que ponga como ejemplo de discrepancias entre economía y neurología un caso perfectamente resuelto en los libros más básicos de teoría de juegos. Esas discrepancias existen pero no están descritas en este artículo.
Un detalle curioso es el interés de los críticos por poner ejemplos de juegos de suma cero. Es decir, casos en que los que gana uno es igual a lo que pierde otro. Afortunadamente, en muchas interacciones humanas ambos ganan con el intercambio.

Imaginemos que entra en la estación un convoy a toda velocidad con riesgo de arrollar a cinco trabajadores en la vía. La única manera de evitarlo sería empujando a la muerte a un inocente para parar el tren. Moriría un inocente, pero se salvarían cinco vidas. Pues bien, salvo en el caso de viajeros con una lesión cerebral determinada, nadie o casi nadie opta por esa solución.

Si esto es una crítica a la economía, yo creo que Punset está pensando erróneamente en el muy razonable supuesto de que cinco manzanas son preferidas a una. Ese supuesto no tiene implicaciones sobre la tasa de intercambio entre una cesta con cinco frutas diferentes y otra cesta con una pera. Afortunadamente, cada vida es diferente y cinco vidas no son cinco veces una vida. La teoría económica no dice que los consumidores elijan siempre la cesta con cinco frutas cuando se les dé a elegir entre ambas. La respuesta depende de las preferencias, de los precios y de la renta.


Lo único que acepto es que es el tema del intercambio de vidas es una cuestión filosófica de gran envergadura. Yo creo que es un fraude intelectual poner sobre la mesa tan macabro ejemplo para criticar el modo en que la teoría económica explica la decisión entre comer cinco frutas diferentes o una pera.

martes, noviembre 13, 2007

Economía Marxista

A continuación muestro algunos retazos de una brillante charla en la que Hugo Chávez explica sus innovadoras ideas económicas.




Se trata claramente de ideas de inspiración marxista. De hecho, a mí me parece que es el tipo de propuestas en las que pensaba Groucho Marx cuando afirmó:

Desde la absoluta pobreza, hemos conseguido alcanzar las más altas cotas de la miseria

Pensad por un momento en vuestra visión del futuro con un dinero que se deshace en vuestras manos. En vuestros incentivos a trabajar y a innovar cuando el dinero sólo sirve en vuestro pueblo y no en el de al lado. En vuestras posibilidades de acceder a maquinaria y tecnología con ese dinero. En los costes administrativos del sistema que propone.

La propuesta parece ignorar el origen y la evolución de los medios de pago. Parece la idea de alguien que se cree más listo que la suma de la práctica y la innovación de millones de congéneres a lo largo de muchas generaciones.

¿Qué pasará cuando esta propuesta y otras empiecen a dar problemas? Se le echa la culpa al neoliberalismo salvaje y al patrón mundial del comercio.

¿Por qué otros economistas se callan ante estas barbaridades? Tengo un amigo que siempre dice que estas salidas de pata de banco son poco importantes y se deben ignorar. Yo no estoy tan seguro.

La propuesta tiene aires nostálgicos para mí. No lo recuerdo con cariño pero yo tuve dos profesores en la carrera que explicaban, en mayor o menor medida, propuestas como éstas. Algunos comentarios de mis alumnos me llevan a pensar que material parecido se sigue explicando en las aulas universitarias.

lunes, noviembre 12, 2007

La diplomacia de la ¿NOVENA? potencia económica mundial

La versión oficial sobre el encontronazo con Chavez es que el Rey estuvo fantástico (pepé y pesoe) y Zapatero brillante (pesoe) o pasable (pepé). La tecnología actual nos permite ver las veces que sean necesarias el momento clave con la muy oportuna traducción de la BBC.



En el video se ven las dificultades de expresión de Zapatero tratando de pronunciar repetidamente una palabra que el locutor de la BBC traduce como: “I demand, I demand, …” . A continuación, el Rey fuera de sí grita “Shut-up”. Sólo personas muy acostumbradas a pagar impuestos y a recibir poco a cambio pueden jalear la lamentable actuación de nuestros dos mandatarios.

En mi modesta opinión, esta no puede ser la imagen de la política exterior de una potencia económica. ¿Alguien se imagina a Tony Blair balbuceando en Chile mientras la Reina Isabel II le manda callar a gritos a un jefe de estado extranjero?

La política exterior es una de las piezas del desarrollo económico. Los ciudadanos españoles necesitamos una presencia global para explotar todo nuestro potencial económico y esa presencia no es posible sin el apoyo decidido y eficaz del gobierno.

Ante este estado de cosas, contemplo dos posibilidades:
1. Cambiamos la política y la adaptamos a nuestras pretensiones de crecimiento económico
2. Bajamos las pretensiones de crecimiento económico al nivel de nuestra política exterior.

Como yo no creo que sea posible cambiar de política supongo que el equilibrio llegará por una crisis económica profunda y duradera que ponga a nuestro país en el lugar que le corresponde.
Una anecdota ilustra nuestra débil posición. Hace unos meses en uno de estos aquelarres latinoamericanos observé asombrado una escena tan impresionante como la de este sábado: un dirigente reñía a Zapatero por el maltrato que recibían los inmigrantes de su país en el nuestro mientras Zapatero asentía agachando la cabeza. Desde mi punto de vista, hubiera sido el momento de pedir la palabra y decir:
En mi país, en teoría al menos, todos los trabajos son igualmente dignos y todas las personas que se encuentren allí tienen los mismos derechos y obligaciones. Llevar esto a la práctica es más complicado que escribirlo en un código. Por tanto, algunos de sus compatriotas reciben un trato inadecuado por parte de los más indeseables de los míos. Lo cual siento profundamente. Una vez dicho esto, sus compatriotas están en mi país por decisión propia. Por tanto, de algún modo, el maltrato conjunto (económico y moral) que reciben en su país de origen es mayor que el que reciben en mi país. Yo creo que éste es un buen tema de reflexión para usted.
La anécdota ilustra perfectamente la falta de objetivos claros y la falta de preparación de nuestros dirigentes. Por tanto, necesitamos una política exterior con objetivos claros y factibles, basada en planteamientos rigurosos y conocimientos técnicos sobre la materia. No en trasnochadas afinidades ideológicas y en ocurrencias.