martes, diciembre 04, 2007

Pésima divulgación científica


En clase de Microeconomía estamos concluyendo el bloque de teoría del consumo. Ricardo, un alumno de la clase, me muestra el siguiente artículo de Eduardo Punset en el XLSEMANAL del 2 de Diciembre de 2007. Hago fotocopias para toda la clase y me dispongo a hacer un comentario y escuchar los comentarios de los estudiantes.

Me permito algunos subrayados.

Los lectores preguntan a Eduardo Punset

¿Qué nos hace tomar decisiones?
Laura Novo. Madrid

No parece admisible que pretendamos saber tantas cosas sobre el universo que nos rodea y que, sin embargo, no sepamos por qué tomamos una decisión en lugar de otra. ¿Existe una explicación razonable de por qué elegimos a una persona como nuestra pareja y no a otra? ¿Hay algún principio que sustente la decisión de participar en un juego de azar en lugar de hacerle caso omiso? ¿Por qué nos casamos? ¿Por qué seguimos en un trabajo que no nos gusta? ¿Ha llegado el momento de tener un hijo? ¿Contesto al último e-mail?


Lo que estoy preguntando a los economistas y neurólogos es si existe una teoría de la toma de decisiones cotidianas que dé cuenta adecuadamente de nuestra conducta. Los economistas dijeron que sí hace ya tiempo, aplicando lo que ellos llaman la ‘teoría de juegos’. Recientemente, también los neurólogos han confirmado que existe una explicación teórica de por qué elegimos lo que elegimos entre distintas alternativas, pero su teoría no coincide con la de los economistas. Es decir, los neurocientíficos han demostrado que la teoría de los economistas no tiene validez. A raíz de este pequeño contratiempo, unos y otros decidieron, cuerdamente, formar un equipo multidisciplinar y, por fin, empezamos a saber por qué tomamos las decisiones.


Yo diría que el descubrimiento más sorprendente ha sido detectar la importancia de los sentimientos innatos o del andamio emocional a la hora de decidir. Consideraciones sociales y no sólo individuales conectan directamente con el mecanismo cerebral del premio y la recompensa.


En la práctica, los que toman decisiones lo hacen de forma menos interesada y egoísta de lo que sugerían los economistas. El móvil individual y estratégico cuenta menos de lo que se sospechaba. ¿Será posible que la influencia de la moral innata o el espíritu de cooperación determinen gran parte de nuestras decisiones? Hay que verlo para creerlo. Y para verlo, los primeros experimentos se efectuaron con el llamado ‘juego del ultimátum’, un ejercicio muy sencillo entre dos personas. A una de ellas se le dan mil euros y se le exige que done una parte del dinero, la que sea, a su compañero de juego, pero con la advertencia de que si el otro jugador la rechaza por considerar injusto el reparto, los dos se quedarán sin dinero. Para los economistas –antes de dialogar con los neurólogos–, estaba claro que la búsqueda del propio interés induciría a aceptar cualquier oferta superior a cero. Unos pocos euros son mejor que nada. Los repetidos experimentos efectuados por los neurólogos, en cambio, han demostrado que cuando la oferta al compañero de juego es inferior al 20 por ciento, éste rompe la baraja y prefiere que nadie se quede con nada. El sentimiento de injusticia prevalece sobre el interés de quedarse con 200 euros.


De ahí a sugerir que existe un programa moral innato no hay más que un paso que muchos científicos están ya dando. «No somos tan bestias como parecemos», dicen esos científicos. Las emociones, y no sólo la razón, desempeñan un papel primordial en las decisiones morales.


Por favor, que el lector se cuestione lo siguiente y en función de la respuesta le diré lo que le pasa. Imaginemos que entra en la estación un convoy a toda velocidad con riesgo de arrollar a cinco trabajadores en la vía. La única manera de evitarlo sería empujando a la muerte a un inocente para parar el tren. Moriría un inocente, pero se salvarían cinco vidas. Pues bien, salvo en el caso de viajeros con una lesión cerebral determinada, nadie o casi nadie opta por esa solución.



Mis comentarios


Se trata de un artículo realmente malo. En los aspectos económicos es osado desde una profunda ignorancia. En los aspectos neurológicos de la decisión es simplemente vacuo.

Lo que estoy preguntando a los economistas y neurólogos es si existe una teoría de la toma de decisiones cotidianas que dé cuenta adecuadamente de nuestra conducta. Los economistas dijeron que sí hace ya tiempo, aplicando lo que ellos llaman la ‘teoría de juegos’.


La teoría de juegos es un conjunto de instrumentos que permiten analizar las decisiones estratégicas. Es decir, decisiones cuyo resultado no sólo depende de tus acciones sino de las actuaciones de otros individuos. Por tanto, no es una teoría general de la decisión. De hecho, intenta explicar decisiones complicadas usando supuestos simplificadores sobre el proceso de toma de decisiones. Por ejemplo, las cantidades más grandes de algo bueno son preferidas a las cantidades más pequeñas.

Recientemente, también los neurólogos han confirmado que existe una explicación teórica de por qué elegimos lo que elegimos entre distintas alternativas, pero su teoría no coincide con la de los economistas. Es decir, los neurocientíficos han demostrado que la teoría de los economistas no tiene validez. A raíz de este pequeño contratiempo, unos y otros decidieron, cuerdamente, formar un equipo multidisciplinar y, por fin, empezamos a saber por qué tomamos las decisiones.

Efectivamente, existen discrepancias entre los supuestos simplificadores usados en modelos económicos y algunos experimentos científicos sobre el comportamiento. Esta discrepancia ha abierto una prometedora línea de investigación.

A una de ellas se le dan mil euros y se le exige que done una parte del dinero, la que sea, a su compañero de juego, pero con la advertencia de que si el otro jugador la rechaza por considerar injusto el reparto, los dos se quedarán sin dinero. Para los economistas –antes de dialogar con los neurólogos–, estaba claro que la búsqueda del propio interés induciría a aceptar cualquier oferta superior a cero. Unos pocos euros son mejor que nada. Los repetidos experimentos efectuados por los neurólogos, en cambio, han demostrado que cuando la oferta al compañero de juego es inferior al 20 por ciento, éste rompe la baraja y prefiere que nadie se quede con nada. El sentimiento de injusticia prevalece sobre el interés de quedarse con 200 euros.

Espero que los neurólogos hayan llegado un poco más lejos de lo que afirma Punset en este párrafo. Este problema se explica en cualquier libro que contenga los rudimentos de la teoría de juegos. Se trata de la diferencia entre juegos que se juegan una sola vez y juegos que se juegan miles de veces a lo largo de la vida. Si la situación se repite, perder 200 euros en una jugada implica hacerle perder 800 al adversario. Por tanto, las próximas veces tendrá más cuidado al hacerte la oferta. Es decir, pierdes 200 para intentar ganar más en las sucesivas interacciones. Las personas que participan en este experimento están acostumbradas (quizás hasta seleccionadas evolutivamente) para actuar en situaciones que se repiten. Por tanto, responden como si la situación fuese a repetirse. En término prácticas, la repetición es el caso interesante excepto para los neurólogos y, por lo visto, para los divulgadores científicos.
Es curioso que ponga como ejemplo de discrepancias entre economía y neurología un caso perfectamente resuelto en los libros más básicos de teoría de juegos. Esas discrepancias existen pero no están descritas en este artículo.
Un detalle curioso es el interés de los críticos por poner ejemplos de juegos de suma cero. Es decir, casos en que los que gana uno es igual a lo que pierde otro. Afortunadamente, en muchas interacciones humanas ambos ganan con el intercambio.

Imaginemos que entra en la estación un convoy a toda velocidad con riesgo de arrollar a cinco trabajadores en la vía. La única manera de evitarlo sería empujando a la muerte a un inocente para parar el tren. Moriría un inocente, pero se salvarían cinco vidas. Pues bien, salvo en el caso de viajeros con una lesión cerebral determinada, nadie o casi nadie opta por esa solución.

Si esto es una crítica a la economía, yo creo que Punset está pensando erróneamente en el muy razonable supuesto de que cinco manzanas son preferidas a una. Ese supuesto no tiene implicaciones sobre la tasa de intercambio entre una cesta con cinco frutas diferentes y otra cesta con una pera. Afortunadamente, cada vida es diferente y cinco vidas no son cinco veces una vida. La teoría económica no dice que los consumidores elijan siempre la cesta con cinco frutas cuando se les dé a elegir entre ambas. La respuesta depende de las preferencias, de los precios y de la renta.


Lo único que acepto es que es el tema del intercambio de vidas es una cuestión filosófica de gran envergadura. Yo creo que es un fraude intelectual poner sobre la mesa tan macabro ejemplo para criticar el modo en que la teoría económica explica la decisión entre comer cinco frutas diferentes o una pera.

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