sábado, diciembre 29, 2007

Economía divulgativa

Javier García me llama para hablar del interés de La Nueva España en la divulgación económica. Estad atentos a los próximos desarrollos en este sentido.
Mi antiguo alumno Raúl García Rivera me habla del artículo de opinión sobre el peaje de la autopista asturleonesa y se queja de que es imposible hacer ver a la gente que:

1. Pagar se paga siempre sea por peaje o por impuestos.
2. Algunas veces tiene ventajas ver directamente el precio de lo que se consume.

Le prometí intentar una explicación en mi blog y aquí está.
Uno de los problemas de la economía es la dificultad de percepción de los ciudadanos aunque estén razonablemente educados. Jostein Gaarder explica muy bien este fenómeno en “El Mundo de Sofía”. Las primeras veces que un niño pequeño ve un perro presenta un grado notable de excitación derivado de la curiosidad que le produce ver lo que para él es un ser muy extraño. Sin embargo, su padre no muestra el más mínimo signo de curiosidad. Al fin y al cabo se trata sólo de un perro. Del mismo modo, si el niño viese una persona volando aplaudiría el suceso pero su padre probablemente se desmayaría.

En un momento de nuestra vida nos sorprendemos al ver las cosas y estamos dispuestos a aceptar que pudiesen ser diferentes pero más tarde damos por hecho que tienen que ser como son, que deben ser así y que siempre lo serán.

Por tanto, el padre que no se sorprende de ver un perro está convencido de que las carreteras deben pagarse con impuestos independientemente de su uso pero la gasolina debe pagarse por litros cada vez que la compremos. Imaginemos que la gasolina también se pagase exclusivamente mediante impuestos. Un conductor medio recorre 15000 kilómetros al año con un coche que gasta 8 litros de gasolina cada cien kilómetros (1200 litros al año) que le cuestan un euro cada litro (1200 euros). Multiplicamos esa cantidad por el número de conductores y elevamos los impuestos para cubrir ese gasto. En este mundo, la gasolina se reparte gratuitamente en los surtidores. Espero no tener que esforzarme mucho para convencer a la gente de la alta probabilidad de los siguientes resultados:


i. La gente usaría mucho más el coche. Antes, hacer un kilómetro adicional costaba unos centimos de euro. Ahora, tener coche es costoso (impuestos) pero hacer un kilómetro más no cuesta nada ya que la gasolina la has pagado previamente con tus impuestos.
ii. Habría grandes colas en las gasolineras.
iii. La gasolina se agotaría frecuentemente y habría continuas llamadas a los ciudadanos para que no usen el coche y dejen de gastar combustible.

Es decir, en ese ejemplo imaginario tendríamos en las gasolineras los problemas que ahora tenemos en las carreteras:

i. El convencimiento de que hay demasiado tráfico
ii. Congestión de tráfico y colas
iii. Atascos y llamadas a la sensatez de los usuarios.

Los lectores más perspicaces habrán intuido que por mucho que nos quejemos quizás no está tan mal pagar cada vez que vas a la gasolinera y que algunos problemas de las carreteras mejorarían si se cobrase por cada kilómetro que se recorre en vez de cobrar por usarla (y por no usarla) como se hace actualmente en la mayoría de los casos.

Otro ejemplo sobre la importancia de los precios y la dificultad de las decisiones colectivas.

Acudís a una cena de navidad a un restaurante con cien compañeros de trabajo. Los organizadores han negociado un abundante y suculento menú pero no el postre. Al llegar a los postres, el camarero trae la carta y allí descubrís que tiene mantecado peñasanta (soufflé caliente con helado de tres sabores dentro) a un precio de diez euros.
Si estáis comiendo solos en un restaurante con el estómago bastante lleno y os ofrecen un postre copioso de diez euros os pueden entrar bastantes dudas sobre la conveniencia de pedirlo. Sin embargo, al ser cien comensales el coste en la factura de este postre será de diez euros dividido entre cien. Es decir, diez céntimos de euro. Al final, mucha gente hará este cálculo y terminará pidiendo el postre. El problema empeora cuando se trate de mil comensales, un millón de comensales, etc.
La primera reflexión es que es conveniente negociar un menú cerrado cuando hay muchos comensales (contribuyentes). De hecho, la gente lo hace de este modo. Esta reflexión tiene consecuencias para la provisión de bienes por parte de la administración.

La segunda es que es importante pensar si es necesario acudir en grupos grandes al restaurante. Al final, quizás disfrutas más con un grupo mucho más pequeño. En el grupo más pequeño podrás ajustar el servicio a tus necesidades y el pago a tus posibilidades.

La tercera es que todavía no hemos hablado de la estrategia del camarero al ver semejante desorden: subir el precio del postre, servir medias raciones, etc.

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