Hace unos años estaba en Toronto escuchando la conferencia de un profesor de una escuela de negocios americana. El profesor había hecho estudios empíricos sobre la aparente ausencia de efectos sobre la productividad de algunas inversiones en alta tecnología. Cuando puso el ejemplo clave yo no pude menos que dar una carcajada. Era un caso que en España conocemos muy bien.
Un leñador vasco acude a una ferretería y pide una motosierra para cortar 10.000 árboles. El vendedor se la proporciona, el leñador la paga y se va al monte a cortar árboles. Poco después regresa con la motosierra completamente destrozada y dice. ¿No decía que esta motosierra servía para cortar 10.000 árboles? Pues no he cortado ni 100 y mira como está. El vendedor perplejo no puede entender el problema, coge la motosierra en la mano, la examina con cuidado y tira de la cuerda de arranque. El motor arranca perfectamente dando un buen rugido y el leñador dice: pero ¿Qué es ese ruido?
En el ejemplo de la escuela de negocios una planta automovilística había gastado tropocientos millones de dólares en instalar una cadena de montaje flexible (motosierra). Es decir, una cadena que en vez de mantener fijos los procedimientos estos pudiesen variarse para producir coches distintos en el mismo día, variar la manera de trabajar (orden, disposición de elementos, etc). La cadena flexible tuvo un impacto nulo sobre la producción. Resulta que como era flexible permitía cualquier tipo de organización del trabajo alrededor de ella. Por tanto, los gerentes y trabajadores eligieron aquella organización que les resultaba cómoda. Es decir, la que tenían cuando la cadena de montaje era fija, no flexible (hacha). Resultado: tropocientos millones gastados para producir lo mismo que antes.
La anécdota es muy educativa para aquellos que estén pensando en mejorar la productividad con determinadas tecnologías y olvidan el papel de la formación de los trabajadores.