lunes, abril 13, 2009

Un ejemplo de externalidad: el botellón universitario

Hace unos días fui a pasear por el Campus de la universidad. El día anterior había habido un botellón y los equipos de limpieza del ayuntamiento habían hecho una gran labor tratando de limpiar la basura y los excrementos. Mi impresión es que el botellón es una cuestión que nos desborda y las administraciones públicas están haciendo un gran trabajo cosmético con toda celeridad y con grandes medios para evitar la alarma social y el debate. Lamentablemente, éste sólo se activará cuando ocurra alguna desgracia personal.

El trabajo de limpieza es tan cosmético que en mi paseo comprobé que el césped del Campus puede estar dañando para siempre a menos que un grupo de voluntarios recojamos a mano los restos de cristales, plásticos y colillas que han quedado escondidos entre la hierba.

Por si hay algún marciano leyendo el blog le explicaré como se ve un botellón desde fuera.


  1. Los conserjes de la Facultad te avisan con unos días de antelación para que no programes nada a partir de una determinada hora. Llega un momento en que tienen que cerrar los edificios.
  2. Cuando sales a la calle ves un montón de gente joven, demasiado joven a veces, empujando carros de los supermercados adyacentes al Campus. Hace tiempo que me pregunto si devuelven los carros o el supermercado gana tanto que no le importa perder un carro.
  3. Los participantes orinan en cualquier rincón pero tienen cierta fijación con las puertas de los edificios.
  4. Alguna vez he visto a alguien inconsciente en la pradera. Hace años los periódicos hacían un recuento de las personas que habían tenido que ser evacuadas a los hospitales cercanos pero, de algún modo, ya no se hace.

Supongo que los sociólogos tienen una explicación o un conjunto de explicaciones y que incluso han llegado a la conclusión de que es algo bueno para la formación integral de la persona. A pesar de que algún alumno ha tratado de convencerme de algunas cosas positivas que ocurren allí yo estoy disgustado por dos razones:

La primera y fundamental es porque se produce un destrozo de una magnífica infraestructura que los contribuyentes han puesto a nuestra disposición. Robert Barro se ha preguntado alguna vez por qué la gente pobre sin estudios está tan dispuesta a renunciar a una parte de su renta para que gente más rica estudie y trabajen en más que dignas instalaciones. Si encima las usamos como tabernas y urinarios la cosa se vuelve demasiado surrealista para mi gusto.

La segunda es que tengo un problema estético viendo a los líderes del mañana orinando en la calle o tirados en una pradera esperando la llegada de una ambulancia.

El caso es que mientras pisaba cristales y plásticos en la pradera de la Facultad me dí cuenta de que había una racionalidad económica y un fallo de mercado que explicaba una parte importante del fenómeno.

La economía no puede explicar fácilmente las preferencias de la gente aunque ha hecho grandes progresos incluso en ese terreno (Becker). Por tanto, damos por hecho que una parte importante de la población quiere pasar sus horas de ocio fuertemente intoxicado por el alcohol. Esta circunstancia es muy curiosa porque las alternativas son muy atractivas y el precio no siempre alto. Pero las preferencias por el botellón están ahí. Unas personas las satisfacen en sus casas, otras personas en los establecimientos debidamente adaptados y otros al aire libre.

La oferta también está ahí y en ella radica la esencia económica del problema. La oferta señala qué cantidad de un producto se ofrecerá a cada precio. Esa cantidad depende de cuánto cueste producir cada unidad. Cuanto menos cueste más se ofrece. Cuanto menos cueste más se compra. El botellón es mucho más barato que cualquier otra forma de intoxicación etílica: sólo se paga la bebida. La gestión del orden público, la salubridad básica y la limpieza corre por cuenta de los ciudadanos. Cuando uno paga menos de lo que cuesta un producto suele consumir mucho de ese producto. En resumen, la percepción del botellón como un fenómeno exagerado y que produce daños que pagamos entre todos coincide exactamente con el concepto económico de externalidad.

La prohibición es una manera de limitar la externalidad. De hecho, las instalaciones universitarias nunca fueron diseñadas para este uso. La otra es hacer sentir a los organizadores el coste de su actividad. Es decir, tener una estimación aproximada de los costes del evento y hacer que los organizadores depositen esa cantidad antes de organizar el acto.

4 comentarios:

Rubén González dijo...

Lo que pasa es que no tienes llenadera. Recuerdo cuánto te quejabas cuando los botellones eran en el hall de la facultad y no le quitabas el olor a tabaco a tu oficina hasta un mes despues.
Ahora que la juventud es sana, lo hacen al aire libre para no tragarse su propio humo y en vez de que pises los orines por los pasillos lo único que tienes que hacer es dar un saltito al entrar/salir del edificio... déjales, coartador de libertades!!!

Carlos Arias dijo...

Ciertamente, tengo un problema cuando la libertad consiste en destruir recursos valiosos (soy un economista). No creo que sea casualidad que siempre se destruyan los recursos de otros (soy economista).
Las sociedades funcionan mejor cuando no se produce ninguna de esas circunstancias.

Anónimo dijo...

Carlos, te felicito por la entrada, me parece muy lúcida y me sugiere algunas ideas y/o cuestiones.

Si aceptamos que el deterioro de un espacio público es una externalidad negativa del consumo de alcohol (excesivo, debido, como muy bien explicas,tanto a la demanda como a la oferta) quedaría sin responder una pregunta clave: ¿por qué en la Universidad?

Aunque descabellado en apariencia, un intento por responderla podría ser considerar que el botellón (ojo, el botellón, no el deterioro que lleva aparejado) es una externalidad negativa de la producción. ¿Que de qué producción? Pues de la de educación universitaria.

Muchos (y por supuesto la gran mayoría, si no todos, de los alumnos) perciben esas llamémosles "fiestas" como algo estrechamente vinculado a la actividad universitaria, a sus estudios. Hasta el punto de que no podrían concebir su paso por la Universidad sin ellas.

Dada la importancia que en Economía tienen las percepciones de los agentes, quizá la explicación no sea tan descabellada. En todo caso, la prohibición de la que hablas tendría un efecto incuestionable: acabaría con la percepción a que me refiero, haría posible la visualización de una Universidad capaz de funcionar sin botellones.

Que no es poca cosa.

Saludos,

Epi

Anónimo dijo...

Qué bueno y cachondo lo de Rubén. Que el arte por el abuso etílico o de otro de tipo de drogas es algo connatural al trasiego universitario así ha sido durante mucho tiempo. Las formas y daños colaterales parece que es lo que se modifica y evoluciona con el paso del tiempo,las externalidades, que tan bien señala Carlos. Soluciones se buscarán, cuando cundan las desgracias, el "botellodrómetro" parece una via posible. Habilitar un lugar para estos eventos que no supongan daños a la propiedad de todos y añadan una mayor responsabilidad para los que lo organizan; para esto, la sociedad debería ser menos hipócrita. Además, las externalidades pueden empeora: me viene a la memoria el día en que la "fiesta" se organizó en el solar próximo al colegio de La Palomera: cuando a eso de las 5 P.M.(cuando empezaba la cosa) mi mujer pasó por el medio para dejar a los niños en actividades y una joven intrépida, mientras apuraba una botella, la reprendió: si no la daba verguenza pasar por allí con los niños para que vieran ese espectáculo, después de la sorpresa, esta joven fue adecuadamente respondida. A la mañana siguiente, llevando los niños al cole el espectáculo era dantesco.Por aquellas fechas mandé un artículo a la prensa solicitando el cese del responsable municipal de aquella autorización, sin que, por supuesto, nadie se diera por aludido.
Alfonso