martes, octubre 31, 2006

Me gustó más el libro

Dos ratones están alimentándose en un videoclub. Uno de ellos acaba de comerse la película “El nombre de la rosa”. Ante la pregunta del otro ratón sobre el sabor de ésta, contesta: Me gustó más el libro.
Esta es una afirmación típica de intelectual. Puesto que yo no lo soy, fui al cine a ver “El nombre de la rosa”. Inmediatamente, intrigado por el trasfondo de la historia, corrí a leer el ladrillo de Umberto Eco. Un caso parecido es la película “Una mente maravillosa” que hemos alquilado en video y visto en la Facultad con los alumnos de Teoría Económica de la Decisión e Incertidumbre (TEDI). Por supuesto, la película no mejoró nuestra comprensión del equilibrio de Nash pero nuestras exploraciones del equilibrio de Nash nos permitieron entender algo de la lamentable escena de ligue en el bar. Un amigo me ha comentado que le gustó más el libro.
El último caso es la película “Alatriste”. Me gustó poder visualizar los personajes y algunas escenas básicas pero, como no podía ser de otro modo, la película se queda en estudios sicológicos de los personajes y no le da tiempo a contar ninguna de las maravillosas historias de la colección de libros. Soy un gran admirador de Arturo Pérez Reverte. De hecho, he comprado muchos años El Diario de León los domingos para poder leer su columna en El Semanal. Os dejo con dos de las últimas columnas.

Derechos, libertades y guardia de la porra

Quiero que conste por escrito, por si alguna vez doy una conferencia, un mitin o lo que se tercie. Imaginen que la vejez me afloja el muelle y accedo a presentar, ante un distinguido y selecto público, el libro de apasionantes memorias políticas De España, ni una migraña, de José Luis Carod Rovira, en atención a que el sujeto me cae de puta madre, por sutil y por simpático. O supongamos que, en recuerdo de una ultrafacha espectacular con la que tuve rollo un 20 de noviembre de 1972, o por ahí –los botones de esa camisa azul, déjate puesto el correaje, etcétera–, voy a un mitin de Caspa Tradicionalista y de las JONS en Rentería, y acabo cantando el Cara al sol, que me lo sé. Es más. Puesto ya a volverme completamente gilipollas, imaginen que apoyo las justas reivindicaciones de Sangonera la Seca, por ejemplo, cuyo Estatuto –para qué pasar hambre, si es de noche y hay higueras– empezaría así: «Sangonera la Seca (no confundir con la Verde) es una nasión, su lengua nasional es el panocho mursiano, y su futuro se basa en los campicos de golf».

Imaginen, como digo, que a uno se le ocurre meterse en tales jardines colgantes de Babilonia, y en consecuencia da un mitin que se cisca la perra. Sobre eso, o sobre lo que sea. Y en ésas, estando en pleno triunfo de masas, aparecen piquetes informativos, o como se diga cuando se juntan veinte o treinta animales, no para insultar –que va en el sueldo–, sino para informarme de que son anticatalaúnicos, antifascistas, antisistema o de Sangonera la Verde, y que en el ejercicio de su libertad democrática me van a dar las del pulpo y dos más. E imaginen que, llegados a ese punto, los picoletos, los maderos, los guindas, los mozos de escuadra, los ertzainas o cualquiera de las cuarenta y dos policías que disfrutamos aquí sin contar Prosegur, o sea, aquellos a quienes corresponde velar por mi integridad física y la del público al que tanto quiero y tanto debo, dicen que para evitar males mayores, salga por la puerta de atrás, o me atrinchere, numantino, hasta que los malos se cansen y se vayan. Y que eso es lo que hay.

Pues miren, no. Quiero decir que no me da la gana. Quede claro que, llegado el caso, lo que quiero, o exijo, es que si quienes dan la bronca y buscan sacudirme perseveran en ello, lleguen los antidisturbios y los corran a hostias. ¿Capichi? Disuélvanse, una, dos, tres, carguen. Que no pasa nada, oigan. Que cualquier democracia, incluso el monipodio de constructores y políticos golfos que tenemos aquí, es compatible con eso. Y para tal menester están los de la porra, en todas partes salvo en este país de cagaditas de rata en el arroz. O tenemos guardias o no los tenemos. O semos o no semos. A ver por qué debo salir en los periódicos circundado de cuatro picos y medio, con cara de acojono, mientras me tiran botellazos, en vez de llevarse a tomar por saco a quienes arrojan las botellas. ¿No es más lógico? Si un día le toca a un rey o a un presidente de gobierno –que les tocará– ¿también van a protegerlo así?… Hemos invertido los términos de todo, y lo peor de vivir en pleno disparate es que ya vemos cualquier barbaridad como lo más natural del mundo. Y reniego de la madre que nos parió. No quiero que me lleven hasta el coche cubriéndome con escudos; que se metan los escudos donde les quepan. Lo que exijo es ir a donde me dé la gana, a mi aire, charlando con quien me apetezca y diciendo lo que estime oportuno. Y quiero que la autoridad competente lo garantice, ejerciendo legítima violencia institucional si hace falta, que para eso tiene el monopolio, en vez de ir siempre a remolque del qué dirán y los complejos, jugando a los triles con el voto de hoy y el Dios te ampare de mañana.

Caben alternativas, claro. Pero son siniestras. Es peligroso que tanta bazofia incontrolada confirme que en este país demagogo, cobarde, no es posible respaldar la seguridad de nadie, porque la calle es del primero que la toma, y los derechos y libertades de los demás acaban donde empieza el telediario. Con tales perspectivas puede ocurrir que, para el próximo acto en territorio hostil, el agredido se haga acompañar de unos amiguetes; que cada cual tiene los suyos. Y al primero que quiera sacudirles con la pancarta, en vez de decir socorro, pupa, el suprascrito y sus compadres le metan la pancarta por el ojete; y allí haya leña, en efecto, pero a gusto de todos. Me pregunto a quién protegerá entonces la Policía y a quién llamaremos fascista. Además, tales murgas se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. O sí.

La guerra civil que perdió Bambi

En mi familia perdieron la guerra. Mi padre hizo poco para ganarla, pues la pasó en artillería antiaérea, jugando al ajedrez entre bombardeo y bombardeo. Pero mi tío Lorenzo, que se alistó con dieciséis años y volvió de sargento y con agujero de bala a los diecinueve, se comió el Ebro y Belchite. Quiero decir con eso que, por nacer doce años después de la guerra, tuve información oral fresca: combates, represión, cárceles, paseos a manos de milicianos o falangistas, y cosas así. Soy de Cartagena, donde la cosa estuvo cruda. Tuve además, como casi todos los españoles, a parientes en ambos bandos; y allí lucharon y también fueron fusilados por unos y otros, en aquella macabra lotería que fue España.

Poseo, por tanto, elementos casi de primera mano sobre esa parte de la memoria que ahora tanto agitan. Y nunca me tragué lo de buenos y malos: ni cuando niño las hordas rojas, ni de mayor los fascistas de fijador, brillantina y correaje. Tuvimos de unos y otros, naturalmente. Y a la guerra siguió una dictadura infame, ajena a la caridad. Pero hay un par de puntualizaciones necesarias. Una es que, españoles todos, llenos de los rencores, las envidias y la mala baba de la estirpe, canallas y asesinos lo fuimos en los dos bandos. Otra, que casi todos se vieron envueltos en aquello muy a su pesar; y que, entusiastas y héroes aparte –a ambos lados los hubo con igual coraje y motivos–, la mayor parte estuvo en las trincheras de modo aleatorio, según donde tocó. La prueba es que hubo más deserciones –pasarse, decían– por volver al pueblo con la familia, que por ideología nacional o republicana.

Por eso estoy hasta los cojones de que me vendan burros teñidos de azabache. Si de pequeño no creí lo de la Cruzada y la espada más limpia de Occidente, no pretenderán que me trague ahora lo del pueblo en armas en plan Bambi: aquí la buena gente proletaria, y allí espadones y señoritos. Mi padre y mi tío, verbigracia, eran chicos de buena familia, pero defendían a la República. Entre otras cosas, porque el pueblo eran muchos pueblos y muchos hijos de vecino, y cada cual, según le iba o donde caía, era de su padre y de su madre. Por mucho que, a falta de argumentos actuales, de inteligencia política, de cultura, de ideas claras y de otra cosa que no sea el hoy trinco votos y mañana veremos, ciertos habituales de los telediarios estén empeñados en ganar por la cara, setenta años después, las guerras que perdieron sus abuelos, o los míos. Y no sé hasta qué punto la demagogia y el fraude calarán en jóvenes a quienes eso queda muy lejos; pero ya empiezo a estar harto de tanto bocazas y tanto cuento chino. Una cosa es que aquellos a cuyos parientes fusilaron por rojos puedan, al fin, hacer lo que hicieron otros en los años cuarenta: honrar los huesos de sus muertos. Otra, que se falsee la Historia para reventar al adversario político de ahora mismo, suplantando la realidad con camelos como aquel grotesco Libertarias que rodó hace años Vicente Aranda, poblado de angelicales milicianos. Por ejemplo.

Así que ya está bien de mezclar churras con merinas. Tengo verdaderas ganas de oír, en boca de estos cantamañanas aficionados no a desenterrar muertos, sino rencores, que el franquismo sometió a España a una represión brutal, cierto; pero que, de haber ganado la República, sus fosas comunes también habrían sido numerosas. Que ya lo fueron, por cierto, aunque ahora se cargue todo en la ambigua cuenta de los incontrolados. Y no digamos si hubieran vencido los tipos duros del partido comunista, entonces férreamente sujeto al padrecito Stalin; pregúntenselo a don Santiago Carrillo, que de ajustes de cuentas con derechas e izquierdas sabe un rato. Y en cuanto a los nacionalismos radicales –esos miserables paletos que tanta manteca han sacado de la guerra civil, y la siguen sacado–, sería útil recordarles que al presidente Companys, por ejemplo, cualquier gobierno izquierdista fuerte y consecuente lo habría fusilado también, acabada la guerra, por traidor a la República, a la Constitución y al Estatuto. Y del pueblo vasco que acudió a defender la libertad, curas incluidos, como un solo gudari y como una sola gudara, podemos hablar despacio otro día, porque hoy se me acaba la página. Incluidos los tercios de requetés donde se alistaron de abuelos a nietos apellidados Iturriaga, Onaindía, Beascoechea, Elejabeitia, Orueta o Zubiría; a quienes ni siquiera Javier Arzalluz –la jubilación más aplaudida de la historia reciente de España– podría llamar españoles maketos de mierda.

miércoles, octubre 25, 2006

Análisis económico de la extraña decisión de un economista

Le cedo la palabra a Doña Victoria Prego.
25 de octubre.- A Miguel Sebastián han acabado recurriendo.
Vaya por Dios, habrá pensado él, aunque es seguro que esto no va a ser gratis.
Veamos: un economista que viene de dirigir el departamento de estudios de un banco privado, que luego entra en la política pero por la puerta de atrás, que no logra que Zapatero le dé una cartera de ministro pero que se queda asesorándole a él y al Gobierno en general, va y se mete de pronto a luchar por la alcaldía de Madrid. ¿Vocación?, ¿Amor inconmensurable a la ciudad de Madrid? ¿Pasión por la M-30? ¿Añoranza de Las Vistillas?
No parece ¿no?
Esta no es una operación auténtica. Esta es solamente la parte visible de una operación que tiene mucho más recorrido y, sobre todo, más compensaciones para Miguel Sebastián.
Hagamos conjeturas. Zapatero no encuentra ya quien esté dispuesto a socarrarse en la parrilla de la candidatura sin candidato.
Nadie, después del fiasco Bono se apunta a que se le rían en la cara. Lo de la vicepresidenta ha sido un calentón de ZP que, afortunadamente se le ha pasado. Menos mal, porque esa idea era suicida para él y para ella.
Y no le queda más remedio que dar la orden a alguno que se deje. Pero ese ‘alguno’ tiene que tener una compensación que justifique su sacrificio que es grande. ¿Qué compensación?
Miguel Sebastián no es ministro. Pero lo será después de haberle hecho a su presidente el favor de su vida.
Ahora se lanza a la campaña y se chamusca un poquito en ella. Nadie le hará caso como candidato porque, entre otras cosas, es un perfecto desconocido para la opinión pública.
Pierde las elecciones. Está descontado y no le importa demasiado. Aguanta un ratito en la oposición, se toma unos vinitos con Ruiz Gallardón, hablan de política, del centro derecha y del centro izquierda y, cuando Solbes se marche, que se va a marchar, Miguel Sebastián tendrá la cartera de ministro esperándole.
Este es el pacto. Creo.
Conclusión: el presidente del Gobierno, que se ha enredado personalmente en este embrollo, que maldita la falta que le hacía, da por perdida la alcaldía de Madrid. Ya no puja más.
Ahora saca un alfil para que le rellene el hueco, y a otra cosa.
Y, como es sabido que él considera que el candidato socialista a la Comunidad, es un mal candidato –a algunos se lo ha dicho personalmente- pues se supone que se retira por completo de esta batalla madrileña.
Aguirre y Gallardón podrían brindar juntos si no corriéramos el riesgo de que, antes de haber chocado sus copas, se tiraran el cava por la cabeza.
Esto es lo que hay. Ahora tendremos que fijarnos en si a Miguel Sebastián se le va poniendo cada vez más cara de concejal o más cara de ministro. Apuesto a lo segundo. Siempre que Zapatero vuelva a ganar las elecciones. ¿O quizá antes de eso?

lunes, octubre 23, 2006

¿Luchando contra la pobreza?

Los periódicos del domingo se hacen eco de una serie de actos solidarios destinados a “luchar contra la pobreza”. Ojalá me equivoque y realmente estos actos ayuden a aliviar los problemas de los más desfavorecidos de este mundo. Pero la cosa pinta mal.
En primer lugar, estos festivales tienen unos gastos perfectamente cuantificables. Por lo tanto, a mí me gustaría tener alguna medida de los beneficios que reportan a los pobres. En este sentido, mis preguntas son:
¿Puede alguien proporcionarme una lista de esos beneficios?
¿No sería mejor donar directamente el dinero gastado en estos festivales a una organización benéfica?
http://www.umbele.org/
El relato del festival que hacen los periódicos lo muestran como una mera plataforma para lanzar proclamas simplistas sobre las causas y posibles soluciones de la pobreza. El ejemplo más notorio es la propuesta de condonación de la deuda. La partida de gastos de esta propuesta está clara. También esta claro quién pagaría la factura: los contribuyentes de algunos países. Lo que no está nada claro es quién sería el beneficiario de la política. Los países pobres lo son por cusas diversas y profundas de las cuales la deuda es más síntoma que enfermedad. No sería una mala idea aliviar los síntomas pero eso no garantiza que el problema se resuelva ni siquiera que los síntomas no regresen muy pronto. Por supuesto, la propuesta no pasa de ser una frase que suena bien. Algunas preguntas básicas que nadie se hace son:
¿Se trata de una condonación sin contrapartidas?
¿Se podrían dedicar estos fondos a una ayuda más efectiva?
Al final, lo que me molesta es el grado de pereza intelectual que muestran los que parecen más interesados en el problema y el hecho de que no se les puedan pedir resultados ya que sus intenciones son nobles.
Para finalizar, no puedo resistirme a mostrar un ejemplo de la actitud que critico por parte del gobierno de España:

http://www3.unileon.es/personal/wwdeecas/clasesW/crecW/vega.htm

jueves, octubre 19, 2006

Externalidades: aparcando en el campus

8:30. El mayor aparcamiento del campus está casi vacío.
9.30. El aparcamiento está medio lleno o medio vacío según los ojos con que se mire.
13.30. La gente se va animando a acercarse al campus y, como consecuencia, el aparcamiento está completamente lleno. También hay coches aparcados en los descuidados caminos peatonales y los remedos de jardín que rodean al aparcamiento. En uno de esos trozos de hierba descuidados destaca siempre el coche de lujo de un profesor de impecable discurso político cuyos planteamientos ecológicos están próximos a los de grinpis. Indudablemente, sus múltiples ocupaciones fuera del campus le impiden llegar más pronto y comportarse de acuerdo a sus principios ecologistas.
Este estado de cosas sugiere dos reflexiones superficiales:
1. La gente es ecologista para limitar las actividades de los demás pero no está dispuesta a esforzarse por sus convicciones ecologistas.
2. La vigilancia municipal y universitaria sobre el uso del campus es muy deficiente. Esta segunda observación merece una entrada propia en el blog.
La reflexión más profunda y práctica es que el espacio para circular y aparcar es limitado y los automóviles han superado con creces las infraestructuras disponibles. En estas circunstancias, los economistas tienen claro que se impone un racionamiento. Las personas más benevolentes suelen plantear dos tipos de racionamiento:
1. Conceder permisos de aparcamiento a los más necesitados. Por ejemplo, al profesor ecologista pluriempleado.
2. El sorteo es también un método muy apreciado por las personas de buen corazón. En este punto es necesario recordar que, de algún modo, en este país se sortean plazas de funcionario (incluido profesor universitario), viviendas sociales, etc.
El segundo punto merecería una entrada de blog independiente. El apego de todo un país a los juegos de azar podría ser el objeto de multitud de investigaciones científicas. La única explicación económica que se me ocurre es que en una economía terriblemente intervenida y poco dinámica muy poca gente espera hacerse rica por su trabajo o talento. A falta de esto, las diversas loterías son el único, aunque improbable camino, para lograr un anhelo natural humano.
La decisión de sortear los tribunales de oposición, las viviendas sociales, las plazas del conservatorio y de la escuela de idiomas se debe a la pereza intelectual. Nadie puede decir que el sistema de sorteo contenga un ápice de racionalidad o justicia. Aquellos de nosotros que todavía vemos alguna ventaja a la sanidad pública esperamos aterrados el momento en que se sortee la asistencia sanitaria.
Los neoliberales salvajes partidarios del patrón mundial de comercio suelen proponer algo tan sencillo como vallar y adecentar el aparcamiento y cobrar por aparcar. Como esta opción tiene muy pocos adeptos trataré de comentar alguna ventaja:
1. Obliga a la gente a tener en cuenta el coste para los demás de traer el coche al campus. En ausencia de esta medida, sólo se tiene en cuenta la comodidad personal.
2. Al ser más caro venir en coche empiezan a ser atractivas otras formas de transporte como el autobús, la bicicleta o caminar. Las empresas de transporte público tienen un mercado potencial mayor y pueden expandir sus servicios.
3. Permite a la universidad explotar un recurso propio que está regalando a los conductores. Los ingresos procedentes de este recurso pueden dedicarse a la que debería ser la actividad fundamental de la universidad, la investigación y la docencia, en vez de proporcionar aparcamiento gratuito indiscriminadamente.
En las ocasiones en que he mencionado variantes de este problema, a mis alumnos les salta el resorte solidario y dicen que este sistema es lesivo para los más pobres. Mi contestación es que es lesivo para los más pobres que tengan coche. En ese caso, la universidad puede dar una beca de aparcamiento a aquellos que demuestren que, a pesar de poder comprar un coche y hacerse cargo de sus enormes gastos, no pueden pagar el aparcamiento.

lunes, octubre 16, 2006

Phelps: gente pensante y expectante en la macroeconomía

CÁNDIDO PAÑEDA. Publicado en La Nueva España el 15 de Octubre de 2006

Lo primero que se debe señalar respecto a Edmund Phelps, el Nobel de Economía de este año, es que es un todo integrado en el que se encuentran los mil senderos que siempre se bifurcan. Así lo ha considerado, de hecho, la Fundación Nobel al darle el premio a él sólo. Por ello, no seríamos justos con Phelps si separáramos su obra de su vida, y de ahí que hablemos de ambas a continuación.

Vida: un hombre viajado y «vivido». Edmund S. Phelps nace en Chicago en 1933, en el peor momento de la Gran Depresión, y estudia Economía en Amherst, de donde salió con una «vaga sensación de que la microeconomía que se enseñaba en un conjunto de asignaturas no se comunicaba con la macroeconomía de las otras». Continuó sus estudios (posgrado) en la Universidad de Yale, en los que se encontró con dos economistas de primera y futuros premios Nobel: Tobin y Schelling. Se encontró, además, con economistas de Europa central (Fellner y Wallich), que, intuía, podían abrirle las puertas a un paradigma macroeconómico alternativo al entonces reinante.

Mitteleuropa se convirtió en una fascinación y por ella viajó mentalmente y, por otra parte, Fellner y Wallich tenían, efectivamente, otra forma de ver la macroeconomía: «siendo la subjetividad centroeuropea una segunda naturaleza para ellos, insistían en las expectativas de los agentes respecto a la inflación y, en general, respecto a los precios y los salarios».

Termina sus estudios de posgrado en Yale y retorna pronto a dicha Universidad y publica su famoso artículo sobre la «regla de oro» (1961). Aunque avanzaba rápidamente en su carrera, era consciente de su situación: «Éen pocos años me convertí en un economista reconocido internacionalmenteÉ (pero), si quería hacer algo de una profundidad y distinción inusual tenía que pensar mucho más duro de lo que lo estaba haciendo, para elevar el nivel de mi juego».

Eso es lo que hará en la Universidad de Pensilvania, a la que se incorpora en 1966. En ella realiza los trabajos sobre la inflación y el desempleo (los dos primeros se publicaron en 1967 y 1968, a los 34-35 años), que, junto con el ya citado de la «regla de oro», le llevarán al Nobel casi cuarenta años más tarde. En el otoño de 1971 (48 años) y tras el final de su primer matrimonio, se incorpora la Universidad de Columbia (Nueva York). Conoce entonces a Viviana Montdor, «quien había venido de Buenos Aires (vía París)», con la que se casó en 1974 y ha vivido desde entonces. En Columbia cuenta con dos discípulos de primera: John Taylor y Guillermo Calvo (uno de los economistas hispanos, es argentino, que goza de mayor reconocimiento internacional), con los que trabajará durante la década siguiente con gran armonía y éxito. Los primeros ochenta son años de síntesis y de más viajes: en ellos Phelps publica un manual («Economía Política. Un texto introductorio») y se mueve por Europa. En síntesis, Phelps es un economista viajado y «vivido», esto es, ha viajado, mental y físicamente, por el mundo y ha vivido con muy buena gente y, aunque no entraremos en esta etapa más reciente, en sus 60 y 70 sigue fiel a su filosofía de vivir y viajar.
Obra: un macroeconomista microeconomista. A Phelps le han dado el Nobel «por su análisis de los intercambios intertemporales en la política macroeconómica». Esto es, estudia la política macroeconómica en clave de las interdependencias del hoy con el mañana. Para ver su valor añadido conviene situarse en el año 1936, en el que Keynes publica su «Teoría general», que es la base de la política macroeconómica posterior a la II Guerra Mundial. Así, del diagnóstico de Keynes se derivaba una receta muy clara que era que se podía combatir el desempleo no voluntario aumentando la demanda agregada (vía, por ejemplo, un incremento del gasto en obras públicas), sin mayores costes en términos de inflación. El siguiente paso se da en 1958, cuando un minero de Nueva Zelanda devenido en ingeniero y economista y llamado Alban William publica en la revista de la London School of Economics («Economica») un artículo sobre la relación entre el desempleo y la tasa de variación de los salarios. En él se mostraba que al reducirse el nivel de desempleo aumentaban los salarios. Dado que los salarios influyen en los precios, ello era lo mismo que decir que había un intercambio entre inflación y desempleo (se podía cambiar una mayor inflación por un menor desempleo).

La primera es mala, pero podría ser bienvenida si sirviera para reducir otro mal mayor, que era el desempleo, y de ahí que la curva de Phillips (así se apellidaba Alban) modificara un poco el planteamiento inicial de Keynes (se podía seguir reduciendo el desempleo aumentando la demanda agregada, pero ahora con un coste en términos de inflación). La curva de Phillips era simplemente una regresión y no se basaba en ninguna teoría económica, pero era útil: se podía elegir la combinación de paro e inflación deseada en cada momento de tiempo y el futuro no influía en dicha elección. Es aquí donde aparece Phelps con un artículo publicado en esa misma revista en 1967. Lo que plantea Phelps es una curva de Phillips con un nuevo componente: las expectativas respecto a los precios. Esto es, antes se relacionaba la inflación de un determinado momento con el desempleo de dicho momento y ahora se la relaciona, además, con las expectativas respecto a la inflación. Ya tenemos pues un planteamiento intertemporal: la inflación de hoy depende del desempleo de hoy y (valor añadido de Phelps) de las expectativas que tenemos sobre la inflación que habrá mañana. Con ello, Phelps introduce las expectativas (aquella idea que había tomado de sus profesores Fellner y Wallich, que procedían de la fascinante Mitteleuropa). Esta aportación de Phelps es fundamental y ha tenido grandes consecuencias en términos prácticos, ya que ahora los bancos centrales tienen en cuenta esas expectativas respecto a la inflación a la hora de formular la política monetaria, pues saben que lo que pensamos sobre el mañana influye en el hoy.
Con todo, Phelps no estaba muy satisfecho con este resultado, pues no tenía bases microeconómicas. Dicho de otra manera, en esta macroeconomía había inflación y desempleo, pero faltaba la gente: «faltaba algo fundamental; no nos situaba en la mente de las empresas, de sus directivos. El hombre es un ser pensante, expectante. Lo que se precisaba era un modelo de una secuencia: las expectativas de la empresa, sus acciones posteriores y las de los demás, el descubrimiento de las acciones de los demás, la formación de nuevas expectativas, etcétera». El modelo de la secuencia aparece en su artículo de 1968 en el «Journal of Political Economy». De los economistas dedicados al estudio de la economía laboral Phelps había obtenido la idea de que las empresas se sienten incómodas cuando el desempleo es bajo, pues ven que pueden quedarse sin algunos de sus trabajadores. En una situación como ésta, una empresa intentará retenerlos pagándoles un salario superior al de equilibrio en el sentido tradicional de este término (esto es, un salario superior al que iguala la oferta y la demanda de trabajo). Ahora viene la reacción de las demás empresas, que, por la misma razón, hacen lo mismo: todas las empresas pagan un salario mayor que el de equilibrio y, encima, están también en desequilibrio en lo que se refiere a la falta de igualdad de sus expectativas con la realidad (Phelps considera que existe equilibrio cuando lo esperado coincide con lo realizado, pues, en ese caso, la realidad coincide con el deseo y la gente deja de moverse). El equilibrio respecto a las expectativas se logra con una posterior reducción de los salarios que, en todo caso, se mantienen por encima del salario al que se eliminaría el paro no voluntario y, en definitiva, al que habría equilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo. Con este análisis Phelps abre toda una nueva línea de investigación, en la que, por una parte, se explica la macroeconomía en clave microeconómica y, por otra, las expectativas y los problemas de falta de información (cada empresa quiere retener a sus trabajadores pagándoles un salario un poco mayor que el promedio, pero no sabe que todas están haciendo algo similar, con lo que el salario medio está cambiando) se convierten en aspectos clave.
La importancia, en términos prácticos, de este análisis de Phelps es fundamental: si uno intenta aumentar la demanda agregada (más obra pública, por ejemplo) para disminuir el paro se encuentra con que, a largo plazo y debido al mecanismo de fijación de salarios antes descrito, no hay un intercambio entre inflación y desempleo (la curva de Phillips original), sino que aumentará la inflación sin que se reduzca el desempleo. Esto es, con la curva de Phillips incurríamos en un mal (más inflación) para lograr un bien (más empleo o menos desempleo) y con la curva de Phillips ampliada (por Phelps y, desde otra perspectiva, por Milton Friedman) incurrimos en un mal (más inflación) creyendo que obtendremos a cambio un bien (menos desempleo) y resulta que terminamos sin el bien (la reducción del desempleo) y con el mal (la inflación). Dicho de otra manera, a largo plazo no es posible combatir el paro aumentando la demanda agregada. En síntesis, la política macroeconómica cambia radicalmente tras la obra de Phelps.


Cándido Pañeda es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Oviedo

miércoles, octubre 04, 2006

¡Que nervios! El premio Nobel de Economía

El premio Nobel de Economía será anunciado a las 13.00 (tiempo central europeo) del lunes 9 de octubre según anuncia la página web de la Fundación Nobel. Volveré de clase de Microeconomía, sacaré un café en la máquina y retocaré los apuntes de clase. Siempre aprendo algo durante la clase y trato de incorporarlo inmediatamente a mis notas. La alarma de mi Palm sonará a las 13.00 y podré ver en la página web los nombres, las biografías y una explicación de la contribución científica. En las horas siguientes empezarán las interpretaciones de los medios de comunicación de la contribución científica de los premiados. Estoy casi seguro de que me darán oportunidad de encontrar algún error básico de análisis que trataré de compartir con vosotros.
La verdad es que es un momento del año que me gusta. Me recuerda que tengo la fortuna de trabajar en un ámbito científico que ha estado acumulando y refinando conocimientos durante varios siglos. Algunas de las ideas de los premiados en ediciones anteriores son creaciones humanas que llaman la atención. Algunas personas tienen sensibilidad para apreciar un edificio, otros una pintura o una obra musical. La sensación ante alguna de las creaciones intelectuales de los grandes economistas es la misma.
El sentimiento que acompaña a la admiración es la envidia. Me falta la inteligencia, la capacidad de trabajo y el golpe de suerte que te lleva a poder proponer una explicación razonable a algo que nadie entiende. Me tengo que limitar a transmitir a la gente que me rodea la naturaleza de una gran empresa intelectual en marcha. En este sentido, creo que las clases deben ser una ventana más o menos bien situada a una disciplina centenaria en continua evolución. Algunos de los resultados obtenidos hasta la fecha son de tremenda utilidad pero es necesario reconocer que se trata de una ciencia joven.
Mi visión del contenido básico de la economía se resume en esta apreciación que aparece en las páginas iniciales del libro de Microeconomía Intermedia de Pashigian (1996):
“En vez de basarse en el tipo de cultura, costumbre o ignorancia para explicar el comportamiento de los consumidores o las empresas Teoría de los precios y aplicaciones” parte de la premisa básica de que la mayor parte de los comportamientos pueden explicarse como respuestas racionales a incentivos económicos”

Nunca hubiera tenido esta visión asistiendo a clase con la mayoría de mis profesores. La historia allí era más o menos así:
1. La cosa va muy mal la mires como la mires y empeora cada día.
2. Los consumidores son engañados constantemente por taimados productores. 3. El hecho de que la misma persona pueda ser consumidor y productor no parecía suponer un problema para el argumento central. ¿Esquizofrenia?
4. No obstante, en cuanto estos mismos individuos alcanzan un cargo público se convierten en seres infalibles capaces de marcarles pautas virtuosas a los consumidores y dejar atrás su oscuro pasado como productores para servir al bien común.

domingo, octubre 01, 2006

Manuel Elkin Patarroyo

La semana pasada estuvo en nuestra ciudad Manuel Elkin Patarroyo. Puesto que no sale en los programas de televisión de mayor audiencia tendré que hablar un poco de él. Se trata de un científico colombiano que en 1994 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. La página web de la Fundación Príncipe de Asturias dice:

“Nacido en noviembre de 1946 en Ataco (Tolima, Colombia), Manuel Elkin Patarroyo Murillo es el autor de la primera vacuna sintética creada en el mundo para la prevención de la malaria y reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS), organismo al que cedió la patente”

La vacuna ha tenido sólo un éxito parcial pero se sigue investigando sobre el tema. Entiendo que se trata de una enfermedad compleja y aunque los medios de comunicación sólo dedican espacio a los éxitos científicos, el camino del éxito está pavimentado con fracasos. Creo también que nadie se hace famoso con una vacuna contra la malaria independientemente del grado de efectividad que ésta tenga. La notoriedad de Patarroyo viene del hecho de que en su día donó la vacuna a la OMS en vez de venderla a un laboratorio. Una frase de una página web elegida casi al azar resume perfectamente el sentir popular sobre este científico:

“Otro hecho que honra a Manuel Patarroyo es su negativa a ceder o vender la patente de su vacuna a las multinacionales farmacéuticas, pues es consciente de que esto elevaría considerablemente el precio del producto final y perjudicaría especialmente a los más desfavorecidos, aquellos a quienes va dirigida. Consecuentemente, donó su descubrimiento a la Organización Mundial de la Salud.”

El caso es que es difícil cometer más errores económicos en menos de cinco líneas. Imaginaos que estáis completamente solos en el medio del desierto y tenéis una botella de agua. De repente, veis a Bill Gates que se acerca con aspecto de llevar varios días perdido y de tener mucha sed. A la hora de venderle la botella de agua no debería importar si os la ha regalado Patarroyo o la habéis comprado en la cafetería de los almacenes Harrods de Londres. Lo que importa es que Bill Gates está forrado y seguro que está dispuesto a pujar fuerte por esa botella. Si el explorador perdido es una persona con menos medios seguro que se la venderíais por bastante menos. De hecho, puede que el explorador sea una persona sin medios económicos y que regalarle la botella sea lo más razonable.
Espero que os deis cuenta de que el juego cambiaría sustancialmente si estuvieseis en un pueblo del desierto en que hubiese varios establecimientos hosteleros que vendiesen agua. En ese caso, el coste de la botella empezaría a tener importancia a la hora de fijar al precio ya que los vendedores competirían en precios a la baja con el límite inferior marcado por el coste. El mercado de los medicamentos se parece bastante al primer caso. Alguien tiene en exclusiva algo que necesitas y la voluntad de pago de los consumidores importa más que el coste de desarrollo para fijar el precio.
Una manera de contar la historia menos complaciente con Patarroyo es que los consumidores potenciales de la vacuna carecen de medios económicos. Por tanto, la voluntad de pago de los laboratorios por la citada vacuna es probablemente muy baja o nula. Ante esta circunstancia, puedes regalársela a la OMS o cualquier otra organización sin solucionar el problema.
El segundo error económico es pensar que la OMS va a lograr la producción y distribución mundial efectiva del producto. ¿Lo va a fabricar en sus oficinas en Ginebra? ¿Qué red logística usará para su distribución?
Una cuestión que siempre se obvia es la infraestructura sanitaria de los países que necesitan la vacuna. Un grupo de bienintencionados ciudadanos podemos fletar un avión cargado de vacunas e intentar que lleguen a algún lugar remoto de Africa. El transporte y la corrupción van a ser el primer escollo, la ausencia de cultura sanitaria sobre el terreno el segundo y la ausencia de personal e instalaciones médicas el tercero. Algunos de estos problemas son discutidos brillantemente por Xavier Sala i Martín en su libro divulgativo al que os remito para un análisis más profundo.

La notoriedad científica de Patarroyo está basada en su arduo trabajo. La notoriedad social está basada en algunos mandamientos del catecismo laico actual:
1. Las multinacionales son malas y hacen daño a los pobres con independencia de su comportamiento.
2. Los organismos internacionales son buenos aunque no sepamos de dónde sacan el dinero, qué hacen con él y cuál es su grado real de efectividad.
3. Sólo importan tus intenciones no el resultado de tus acciones.
Estos mandamientos se resumen en uno, paga tus impuestos y calla.