La Nueva España. 17 de Enero de 2008.
El azar y la innovación
JAVIER GARCÍA ÁLVAREZ
JAVIER GARCÍA ÁLVAREZ
Director del Instituto CIES
Los españoles dedicamos más recursos a los juegos de azar que a la investigación, el desarrollo y la innovación (lo que se suele denominar I+D+i). Este argumento se presenta en algunas ocasiones para poner en tela de juicio el modelo productivo de nuestra economía, y cómo los españoles tenemos más fe en el azar que en el trabajo de crear nuevas ideas para generar más riqueza a través del conocimiento. Sin embargo, el último dato publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) muestra que los españoles empezamos a cambiar nuestra percepción respecto a cómo afrontar el futuro. En efecto, el gasto en I+D+i en España converge hacia el gasto en el juego, y esto es noticia. Desde el año 2000 el gasto de la I+D+i de empresas y administraciones públicas se incrementó en un 67% en España -en Asturias significativamente más, un 86,24%-, frente al 15% del sector del juego, dando lugar a una fuerte convergencia. ¿Qué tienen en común el juego y la I+D+i? Pocas cosas, pero sus diferencias nos permiten analizar algunas ideas económicas de interés. Jugar es un acto de puro azar, mientras que el de innovar está relacionado con el riesgo, con la probabilidad de tener o no éxito con las nuevas ideas. Un ejercicio hipotético: si la Administración en Asturias decidiera aumentar el gasto en 1 millón de euros en la industria del juego, es fácil imaginar la receta de cómo hacerlo: basta acudir a la administración de lotería más próxima. El sector aumentaría sus ingresos, y prácticamente su valor añadido, en esa misma cantidad. Si, en cambio, se pretende aumentar el gasto en I+D+i en ese millón de euros, las recetas para hacerlo no son obvias. Si se pretende que la innovación mejore la capacidad de competir de las empresas asturianas, ¿bastaría con aumentar las convocatorias de subvenciones en 1 millón de euros? La respuesta es negativa, y la teoría económica nos puede ayudar a entender por qué. La innovación está estrechamente relacionada con la «economía de las ideas». Y es que innovar no es, ni más ni menos, que crear nuevos o mejores productos y servicios, o hacer las cosas mejor. Pero tener ideas no es fácil. Tener ideas para crear productos que los consumidores estén dispuestos a pagar por ellos es menos fácil aún. Además de tener buenas ideas hay que estructurarlas y planificarlas en un proyecto de I+D+i. Pero los proyectos hay que desarrollarlos, y esto para la gran mayoría de las empresas (que no disponen de equipos ni departamentos técnicos) puede ser un verdadero problema. Sin embargo, antes de saber si la idea se puede convertir en mayores ingresos para la empresa hay que destinar recursos. Es decir, ante ingresos inciertos, existen costes ciertos, difíciles de recuperar por parte de las empresas. Piensen en una pequeña empresa de software que dedica dos ingenieros a trabajar para crear un programa. Esos ingenieros pueden estar trabajando, por ejemplo, 6 meses en la idea y, sin saber si tendrá éxito o no, la empresa ha tenido que arriesgar, como mínimo, el coste salarial de los mismos y su tiempo empleado. Si la innovación tiene éxito, los problemas no acaban, porque una de las características que definen a las ideas es que cuesta mucho (tiempo y dinero) conseguirlas pero poco (tiempo y dinero) copiarlas. Ante la copia los dueños de las ideas pueden no haber obtenido el máximo rendimiento financiero de la innovación, y a veces puede ocurrir que no recuperan ni siquiera la inversión llevada a cabo. Si el programa diseñado por la empresa de software una vez en el mercado se puede copiar o imitar con facilidad por la competencia, puede suceder que la empresa no recupere ni siquiera los costes soportados durante la innovación, que es precisamente el mayor coste, pensar y desarrollar la idea del programa. Por último, muchas empresas no disponen de mecanismos para contabilizar de manera separada los gastos en innovación y, por lo tanto, es muy difícil medir este esfuerzo. Se innova más de lo que las estadísticas nos tienden a indicar. Una pregunta clave: ¿Qué precisan las empresas para innovar? Como he indicado anteriormente, las recetas no son fáciles, pero existen algunas pistas. Es necesario un clima favorable a la innovación. Las empresas establecidas y las personas emprendedoras tienen que asumir que la innovación es lo que les permite no sólo sobrevivir en el mercado, sino crecer y diferenciarse de lo que ofrecen otras empresas, mejorando su rentabilidad. Pero ese clima tiene que tener otros condimentos: un acceso a la financiación -no sólo subvenciones- que permita reducir el riesgo al que están sometidas las empresas creadas con el único activo intangible del conocimiento. En la actualidad una empresa que no disponga de activos tangibles (como edificios o maquinaria) y sólo los tenga intangibles (como su saber hacer) tiene más dificultades para obtener financiación y, por tanto, para afrontar proyectos para crecer. Otro aspecto es mejorar la agilidad en la gestión de las ayudas a la I+D+i. La citada empresa ficticia de software nunca se presentará a una convocatoria que tarda más de 6 meses en resolverse, porque ése es el tiempo en el que la competencia «absorbe» sus nuevas ideas. En cambio, muchas convocatorias públicas para la innovación tardan más de esos 6 meses en resolverse. Los centros públicos de conocimiento (Universidad y centros tecnológicos) tienen la capacidad de poder convertirse en los departamentos de I+D que la gran mayoría de las empresas no tienen por su falta de recursos. Pero para que esta colaboración tenga éxito -para que las empresas arriesguen, crezcan y creen empleo- se precisa un esfuerzo constante por parte de estos centros para llegar a las empresas y ofrecerles, de manera rápida y flexible, soluciones a sus problemas para desarrollar sus ideas. En definitiva, tenemos una gran trayectoria como sociedad en apostar por el azar, pero cada vez más apostamos por las ideas. Obtener mejores indicadores de I+D+i no es sólo cuestión de mentalidad, que también, ni de cuánto dinero público se destina, que también, sino de cómo se usa ese dinero y qué impacto tiene en las decisiones empresariales. Para obtener una rentabilidad pública de la I+D+i se precisa tener la capacidad de saber cómo adoptan las decisiones las empresas y cuáles son sus necesidades para satisfacerlas.
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