lunes, octubre 13, 2008

And the winner is

Había apuntado en mi agenda las 11.00 de hoy porque la Real Academia Sueca de las Ciencias iba a anunciar el ganador del Premio Nobel de Economía. Sin embargo, el tiempo estaba bueno y decidí que un poco de ejercicio tenía prioridad sobre mi curiosidad. La noticia del Galardón a Paul Krugman me llegó por teléfono móvil. Javi me llamó desde cerca de Madrid a donde se dirigía para una reunión (no es fiesta).
Reaccioné con sorpresa a la noticia. No me lo esperaba por varias razones. La primera es que es relativamente joven. La segunda es que hoy es más un comentarista político que un economista académico y eso le da ciertas connotaciones poco habituales al premio. No obstante, he de decir que es un comentarista de gran rigor y que usa su bagage académico en ese ámbito.
En cualquier caso tiene contribuciones fantásticas en comercio internacional y geografía económica. Adicionalmente, ha hecho grandes contribuciones en el campo de la divulgación.

Os dejo con un artículo del NYT de hace unos días traducido por gentileza de El País.


ANÁLISIS: Primer plano

El momento de la verdad

PAUL KRUGMAN 12/10/2008

El mes pasado, cuando el Departamento del Tesoro [Ministerio de Hacienda] estadounidense permitió que Lehman Brothers quebrase, escribí que Henry Paulson, el secretario del Tesoro, estaba jugando a la ruleta rusa financiera. Sin duda, había una bala en la recámara: la quiebra de Lehman hizo que la crisis financiera mundial, ya grave de por sí, empeorase, mucho, mucho más.

Las consecuencias de la caída de Lehman quedaron de manifiesto en cuestión de días, pero los principales actores políticos han desperdiciado en buena medida las pasadas cuatro semanas. Ahora han llegado al momento de la verdad: más les vale hacer algo rápido -de hecho, más les vale anunciar un plan coordinado de rescate este fin de semana- o la economía mundial podría sufrir su peor recesión desde la Gran Depresión.

Hablemos de dónde nos encontramos en estos momentos. La crisis actual comenzó con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, que causó una morosidad hipotecaria generalizada y, por lo tanto, grandes pérdidas en muchas instituciones financieras. La crisis inicial se ha visto agravada por los efectos secundarios al verse forzados los bancos a reducir su actividad por falta de capital, lo cual ha inducido una caída aún mayor del precio de los activos, y a su vez ha provocado pérdidas todavía mayores, y así sucesivamente, o sea, un círculo vicioso de desapalancamiento. La pérdida generalizada de confianza en los bancos, incluso por parte de otros bancos, ha reforzado este círculo vicioso.

La espiral descendente se aceleró después de la caída de Lehman. Los mercados de capital, que ya lo estaban pasando mal, se cerraron a efectos prácticos; uno de los chistes que circulan por ahí es que ahora mismo lo único que la gente quiere comprar son bonos del Tesoro y agua embotellada.

La respuesta a esta espiral descendente por parte de las dos grandes potencias monetarias mundiales, Estados Unidos y los 15 países que utilizan el euro, ha sido lamentablemente inadecuada.

Europa, que carece de un gobierno único, ha sido incapaz de trabajar unida; cada país ha ido inventándose su propia política, con escasa coordinación, y las propuestas para responder con una sola voz no han llevado a ninguna parte.

Estados Unidos debería de haber estado en una posición mucho más fuerte. Y cuando Paulson anunció su enorme plan de rescate hubo una breve oleada de optimismo. Pero rápidamente quedó claro que el plan adolecía de una falta crítica de claridad intelectual. El secretario del Tesoro propuso gastar 511.000 millones de euros en "activos problemáticos", valores hipotecarios tóxicos, de las entidades financieras, pero no logró explicar de qué manera resolvería esto la crisis.

Muchos economistas coinciden en que lo que debería haber propuesto Paulson, en cambio, es una inyección directa de capital en las empresas financieras: el Gobierno estadounidense proporcionaría así a las instituciones financieras el capital necesario para funcionar, para de este modo frenar la espiral descendente, a cambio de una participación. Cuando el Congreso modificó el plan de Paulson, introdujo disposiciones que hacían posible, pero no obligatoria, una inyección de capital de este tipo. Y hasta hace dos días, el secretario del Tesoro seguía negándose en redondo a hacer lo correcto.

Pero el pasado miércoles el Gobierno británico, haciendo gala de la lucidez de pensamiento que se ha echado en falta a este lado del charco, anunció un plan para proporcionar a los bancos un capital nuevo de 62.000 millones de euros. Es decir, el equivalente, si se tiene en cuenta el tamaño de la economía del Reino Unido, a un plan de 368.000 millones de euros en Estados Unidos; además de numerosas garantías para las transacciones financieras interbancarias. Y ahora los responsables del Tesoro estadounidense dicen que piensan hacer algo parecido, utilizando la autoridad de que no querían disponer, pero que el Congreso les ha otorgado de todas las maneras.

La cuestión ahora es si estos pasos son demasiado cortos y se han dado demasiado tarde. Creo que no, aunque será muy alarmante si pasa este fin de semana sin que se haya anunciado con credibilidad un nuevo plan de rescate en el que participe no sólo Estados Unidos sino todos los actores importantes.

¿Por qué necesitamos la cooperación internacional? Porque tenemos un sistema financiero globalizado en el que una crisis que empezó con una burbuja en los chalés de Florida y las McMansiones de California ha causado una catástrofe monetaria en Islandia. Estamos juntos en esto y necesitamos una solución compartida.

¿Por qué es necesario que se lleve a cabo este fin de semana? Porque resulta que en Washington han tenido lugar dos reuniones importantes: una, el viernes, de altos cargos financieros de las principales naciones avanzadas, y tras ella la reunión anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, el sábado y hoy domingo. Si estas reuniones acaban sin que se llegue por lo menos a un principio de acuerdo sobre un plan de rescate mundial -si todo el mundo se va a casa sin más que vagas declaraciones de que piensan controlar la situación-, se habrá dejado pasar una oportunidad de oro, y la espiral descendente podría fácilmente empeorar todavía más.

¿Qué se debería hacer? Estados Unidos y Europa deberían limitarse a decir: "Sí, primer ministro". El plan británico no es perfecto, sin embargo, los economistas están en su mayoría de acuerdo en que representa, con creces, el mejor modelo para un rescate más amplio.

Y el momento de actuar es ahora. Puede que piensen que las cosas no pueden empeorar más, pero sí que pueden, y si no se hace nada en los próximos días, lo harán. -

New York Times Service, 2008

3 comentarios:

Rubén González dijo...

Hace unos cuantos años, quizá 8, nos hablaba Carlos en clase de un tal Paul que tenía muy buenas ideas... tanto nos acabó insistiendo que yo adquirí uno de sus libros "Vendiendo Prosperidad". Me encantò por la facilidad de lectura y por la aplicación tan sencilla de la teoría económica a la realidad analizada. Carlos, gracias por la recomendación fue extraordinaria.

Ahora que tengo el vago recuerdo de que el principal análisis que hace el libro es que los efectos de las medidas económicas llevadas a cabo durante un periodo o legislatura se acaban beneficiando o sufriendo en mayor medida en el siguiente sería para preguntar al merecido Premio Nobel por las implicaciones futuras que toda esta inyección de confianza(liquidez) a nivel internacional tendrá en el futuro próximo via déficits e inflaciones por ejemplo. ¿tu qué opinas Carlos?

Carlos Arias dijo...

Las medidas traerán cola. Tendría serias dificultades para hacer una lista de posibles problemas. Seguro que hay gente más cualificada para esta tarea leyendo el blog.
De todos modos, es un poco como preocuparse de los efectos secundarios de la quimioterapia. Son malos sino piensas en los efectos de no tomar el medicamento.

Rubén González dijo...

pero es válido, en la línea del artículo de Krugman, pensar que quizá no sólo exista la quimio, que hay tratamientos alternativos o más que eso, que quizá el tratamiento se pueda dosificar del modo en que los perjuicios para el individuo sean los menores.